martes, diciembre 18, 2007

Carta de renuncia

he jurado matarlos antes que sus labios asquerosos me dirijan otra orden
él con su cara lastimera efímera estúpida sonrisa
y ella con su alquitrán blanco seco hedor ácido
y cortar en dos sus palabras sucias y sus pieles de cuero roídas
un enorme filo en sus entrañas
profundo clavado profundo fijado en el estómago sangrante piel podrida
ritmo cadencioso regocijo espasmos
y volver silbando
descubrir las sábanas de casa limpias cuando llegas
y decir hola a todo el mundo
y todo el mundo que sonría
nadie sospechará nunca que la sangre en que voy bañado por ahí
esa sangre espesa verde contaminada vieja
perteneció a ellos y nadie nunca me preguntará por qué
es navidad y a nadie le interesa
sus hijos son monstruos
y sus enemigos muchos
y yo hermoso como un lobo agazapado entre la niebla

martes, diciembre 11, 2007

Tres rosas amarillas // Raymond Carver

Dice Arquíloco: "El zorro sabe muchas cosas pequeñas, el erizo solo sabe una, pero es una cosa grande". Y entonces me doy cuenta inmediatamente, que la grandeza tiene poco o nada que ver con la complejidad. Quizás es más una cuestión de desgaste. Supongo que hay autores que son como el erizo. Pero también hay algunos que son como el zorro. Y lo más interesante, hay algunos que son como el zorro precisamente porque no desean o no se sienten capaces de internarse en la totalidad, en el absoluto, en lo deslumbrante.

Nunca he sido fanático ni del naturalismo, ni del realismo, ni del costumbrismo ni de ninguna clase de obra lineal. No estoy seguro de por qué. Quizás amo el caos, o quizás son simples ganas de dar la contra. Pero cuando una obra sobrepasa cualquier clase de prejuicio o concepto general, sabes que estás frente a una gran obra. Y sin duda alguna, Tres rosas amarillas es uno de los trabajos más pulcros, limpios y brillantes que he encontrado en mucho tiempo. Y lo mejor de todo es que no brilla con un pasmo deslumbrante, sino que va sorprendiéndote de una manera sutil y humana. Humana en el sentido de que parece escrita, justamente, por un mortal cualquiera, como si no se necesitara ser un gran autor para haber construido esos siete maravillosos cuentos que componen este volumen. Pero la realidad es que Carver era un autor brillante, que quizás incluso llega a rozar la genialidad. Basta con leer "Quienquiera que hubiera dormido en esta cama" o el cuento que le da título al libro y que es una verdadera obra maestra, donde se narran los últimos días de Chéjov. Sobran palabras. Cualquier añadido a Carver es una palabra de más.

Seguidor del realismo de Chéjov (lejos de los malabarismos impresionantes de Flaubert), se podría decir que Carver es más bien un escritor de modesta lucidez, un escritor que no trata de deslumbrarnos sino que nos cuenta una historia maravillosa como si no conociera su valor. Ilusión absolutamente falsa, claro, porque basta con mirar de cerca para descubrir que cada línea ha sido pulida hasta su máximo esplendor y forma, pero de una manera tan minuciosa y natural, que al ojo menos experimentado resulta absolutamente invisible. Y ahí se sitúa este tipo de liteartura: donde se encuentran temas donde nadie busca temas; donde los personajes no son héroes ni villanos; donde no se busca una gloria ajena al mundo, sino por el contrario, se abraza la humanidad con absoluto rigor, una humanidad que finalmente nos recuerda el tedio y la sencilla mortalidad de la vida cotidiana, en contraposición contra la perfección o la inmortalidad a la que aspiran esos autores que, al igual que el erizo, solo saben una cosa, una cosa grande.

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Recomendable: Cuando queremos sentirnos humanos, mortales y curiosos de la vida cotidiana. Cuando la perfección nos resulta una alienación.
Se lo regalaría a: Mmm me dan ganas de decir "Hugo Chávez" o "George Bush". Pero dejémoslo en cualquier persona con delirios de grandeza.
Whisky con cacha: Me río de ti, Jorge Herralde, que empiezas tu contratapa con "Seis magníficos relatos (...)". Son siete, oh, señor de los editores, SIETE.
Whisky con link: "Tres rosas amarillas"

Ficha técnica:
Carver, Raymond
Tres rosas amarillas - Anagrama (Compactos)
5ta edición, 2005
160 p., 12x19 cm.
ISBN: 84-339-1484-7






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"A Chejov, no obstante, le produjo una honda impresión el solícito gesto de aquella visita. Pero, a diferencia de Tolstoi, Chejov no creía, jamás había creído, en una vida futura. No creía en nada que no pudiera percibirse a través de cuando menos uno de los cinco sentidos. En consonancia con su concepción de la vida y la escritura, carecía -según confesó en cierta ocasión- de una 'visión del mundo filosófica, religiosa o política. Cambia todos los meses, así que tendré que conformarme con describir la forma en que mis personajes aman, se desposan, procrean y mueren. Y cómo hablan'."

domingo, diciembre 02, 2007

Perfección

La cuestión es que lo perfecto es perfecto siempre, en todo momento, en todo lugar, de cualquier manera. La perfección no es algo fugaz, algo que puede pretenderse y que pasa con el tiempo. Es algo que perdura, algo que no deja de ser perfecto aunque el objeto en sí se extinga. ¿Qué existe en este mundo que tenga semejantes características? Nada. Así de sencillo. Los seres humanos no hemos sido creados para la perfección. Entonces uno se rebela contra ese que se hace llamar Dios y se pregunta por qué. Por qué demonios no podemos acceder a esa facultad absolutamente inexpugnable.

Finalmente, he llegado a la conclusión de que la perfección nos hace daño. Al igual que aquellas cosas que sobrepasan nuestra capacidad como humanos, así como no podemos entender nuestro pensamiento porque nos excede, porque sencillamente nuestro límite somos nosotros mismos, la perfección es algo que no nos es concedido porque, de tenerla, no la soportaríamos. Una memoria perfecta, un sentimiento perfecto, un mundo perfecto no sería más que la nada, aquello que no puede ser mejorado nunca, de ninguna forma; aquello que no puede ser cuestionado ni replanteado por nadie, aquello que no necesita de errores para perfeccionarse porque justamente no hay manera de encontrarlos. Y todo eso atenta contra la humanidad, contra lo que somos. La perfección, en el ser humano, solo significa sufrimiento. Por eso no es tan descarado pensar que el estado más perfecto al que puede aspirar un hombre, es la autodestrucción.