Debe sonar increíble, pero me ha tomado casi 4 años escribir esta reseña. No estoy seguro de por qué. Siempre que empezaba a escribir sobre esta novela, algo pasaba y terminaba por borrar lo hecho. Quizás ha pasado el tiempo suficiente y ahora quiero escribir sobre eso. O quizás lo que pasa es que de pronto, después de mucho tiempo, he descubierto lo bien que se siente volver aquí. Cuando empecé este blog el internet era diferente. El mundo era diferente. Escribir en internet no era una manera de llamar la atención, sino de lanzar un mensaje en una botella. Y el mensaje podía perderse o llegar a un puerto del que jamás habías oído hablar, pero el misterio estaba allí. Las redes sociales cambiaron eso. Porque no se enfocan en el mensaje, sino en la persona detrás. Como una gran vitrina en la que todo el mundo compite por llamar la atención. Pero yo nunca me he sentido verdaderamente parte de nada, y no puedo sino sentirme ajeno en un lugar así. ¿Es realmente tan fascinante pensar que cualquiera puede ser un espectador de tu vida? ¿No era mejor pensar que todos somos un secreto que descubrir?
Ciudad de cristal, la primera obra de la "Trilogía de Nueva York" de Auster, me fascinó tan pronto la leí. Tiene todos los elementos que esperarías de una novela de misterio posmoderna, pero, desde luego, si eso fuera todo, no valdría la pena leerla. La historia comienza hablándonos de Daniel Quinn, un escritor que ha perdido a su familia en algún momento y que ahora se dedica a escribir obras de misterio. Cuando una noche recibe (aparentemente por error) una llamada en la que preguntan por un detective privado, nuestro protagonista decide acudir a una cita con la persona con la que habló.
Casi desde el inicio estamos advertidos: nada en esta novela es lo que parece. Daniel Quinn, quien ya utiliza un seudónimo para sus publicaciones, considera al protagonista de sus novelas una especie de alter ego, pero a la vez empieza a encarnar a este detective en el que se ha convertido por accidente (que, curiosamente, se llama Paul Auster). Esta mezcla de identidades es solo la punta del iceberg, porque conforme nos adentramos en el mundo oscuro y ominoso de una ciudad de Nueva York que encierra secretos detrás del significado de las mismas palabras que utilizan sus habitantes para reconstruirla día a día, descubrimos que el argumento ha sido colocado sobre cimientos inestables, que todo está constantemente temblando, amenazando con derrumbarse sobre nosotros de un momento a otro. Los personajes son tan extraños, maniáticos e irreales que podrían perfectamente ser producto de los delirios de un loco, e incluso los apuntes de Quinn en su libreta roja, que en un inicio son una especie de ancla a la realidad para el protagonista (y por lo tanto para el lector), empiezan a volverse solo retazos de una vida vivida por muchos otros, hasta que la línea de la construcción del mundo se disuelve por completo.
¿Cómo puede un hombre saber quién es verdaderamente? Parece una pregunta sencilla de resolver, pero la realidad nos demuestra todo el tiempo que no es así, que de ninguna manera podemos pretender conocernos, mucho menos entender la verdadera dimensión que implica el hecho de ser, todos los matices y la complejidad del drama que es coexistir con nosotros mismos.
Mientras avanzamos en la solución del misterio inicial que nos plantea la novela descubrimos que la solución no importa, ni siquiera el misterio importa. Lo que importa es la libreta roja, los apuntes cuyo destino es tan incierto como el de su escritor y el de los personajes que han sido recreados en sus páginas.
Quizás lo verdaderamente fascinante es descubrir lo frágil que es nuestra propia idea de nosotros mismos, nuestra capacidad de decir, sentir, percibir un mundo que recreamos y reaprendemos constantemente, una y otra vez, sin posibilidad de romper el ciclo nunca.
Recomendada para todos aquellos momentos en los que quisiéramos ser otro o al menos escaparnos de nosotros mismos por un momento, Ciudad de cristal es mucho más que una exploración de la novela policial o un tributo a un espacio determinado. Es un intento de conexión, de proseguir esa búsqueda desesperada de todo ser humano por sentirse especial, repetirse hasta el hartazgo que lo mejor está por venir, que sin importar lo horrible y difícil que pueda ser la vida, todo tiene que tener un sentido. Hasta que uno lee un libro como este y siente, con cierto alivio, que mientras podamos emocionarnos con las palabras de un extraño, no todo puede ser tan malo como parece.