sábado, julio 28, 2007

Perorata del apestado // Gesualdo Bufalino

Cuando un libro es brillante al punto en que no sólo te gusta, sino que te hace además cambiar totalmente de sintonía cada vez que lo lees, sabes que estás frente a uno de tus libros vitales. A ver si me explico, creo que en la vida de un lector no hay muchos libros así. No son esos libros que siempre regresas a leer, los libros recurrentes pueden serlo por mil otras razones. Tampoco son tus libros favoritos, ni los que consideras excelentes, ni los libros que le recomendarías a todo el mundo. No... se trata de esos libros en los que simplemente encuentras sentido para todo lo que es tu vida, donde sientes que cada palabra, cada escena, cada parte tiene un significado absolutamente único y hecho para ti. Pero no sólo es como verse a un espejo. Esos libros vitales te catalizan, luego, te transforman.

Escribo desde un rincón muy personal sobre un libro que en general me parece admirable desde todos los puntos de vista. Pero como ya he dicho antes, creo que de eso se trata este blog. Este es un libro que invierte los roles de la vida: las experiencias del narrador en un sanatorio italiano, donde todos los habitantes (salvo los doctores) padecen tuberculosis y están en el proceso lento e inexorable de morir. Morir en vida. Creo que esa es la magia de esta novela. Que no es un vulgar intento de llevarnos a sentir lástima y atacar la situación desde un lado obvio, comercial, frívolo. No es la historia trágica de un hombre que muere. Todo lo contrario. Es la historia de un mundo donde la muerte es el único sentido de continuar con vida. Un mundo que ha aceptado tan bien su condición, que de hecho es el mundo de afuera el que lo asusta. Como si para aquellos que están acostumbrados a convivir con el adagio de la muerte, fuera la vida la que les resultara una especie de amenaza.

Y en ese mundo donde se han reinventado absolutamente todas las reglas, se abre frente a nosotros la maravillosa prosa barroca de Bufalino, que da el golpe en la tecla cada vez, que contagia una sensación de ruido, porque no se trata de una prosa sólo estética, sino estéticamente contaminada; desgarradora pero esquiva; vaga y sombría, pero terriblemente humana.

¿Y saben qué? Este es un libro que hace mucho tenía ganas de reseñar, pero por alguna razón siempre terminaba pensando que no era tan buena idea recomendarlo abiertamente. Quizás es un libro para darle a personas específicas. Pero por alguna razón hoy no siento eso. Hoy siento más bien que es un libro tan genial que justamente discrimina a sus lectores según lo que el lector espera encontrar. No porque sea un libro "oscuro", nunca he creído que exista tal cosa. Pero sí es un libro fuerte. Un libro crudo que no es fácil dejar entrar en uno, porque, justamente, nosotros pertenecemos a otro mundo, a un mundo de vivos que caminan entre los vivos, un mundo donde los adioses se programan y se ven como una culminación y no uno donde el adiós es un proceso continuo.

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Recomendable: Cuando quieres sumergirte en una atmósfera inquietante. Nunca cuando busques paz, nunca cuando busques sobriedad. Sí cuando buscas emocionarte.
Se lo regalaría a: Esas personas que creen que la vida es larga, o que creen que el futuro es el mejor momento para arreglar las cosas. Cuando la verdad es que, cuando una persona vale realmente la pena, la vida dura un instante.
Whisky con disculpas: Bueno, mi copia de esta novela anda en Lima, así que en unos días les subo el fragmento que verdaderamente quería postear... por ahora les dejo el comienzo que es lo único que tengo porque me lo sé de memoria...

Ficha técnica:

Bufalino, Gesualdo
Perorata del apestado - Anagrama
(Compactos); 1998
198p.; 12x19 cm.
ISBN: 8433914952






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"O cuando todas las noches -por pereza, por avaricia- volvía a soñar el mismo sueño: un camino color ceniza, llano, que corre a andadura de río entre dos muros más altos que la estatura de un hombre; luego se quiebra, se precipita en el vacío."

lunes, julio 23, 2007

Farewell and goodnight

Una tarde de verano, pero nublada. Sentado, tras una noche de Kafka, junto a una amiga. Hablamos de la idea de lo fugaz, conversación natural, ya que ella es doctora. Entonces me cuenta esta historia: Años atrás, su primera paciente. Como es aún estudiante, sólo la ve por las mañanas: se trata de una señora anciana, condición delicada, en el límite del desvarío. Pero una mañana entra a su habitación y la encuentra rejuvenecida, lúcida, viva. Mi amiga la anima diciéndole que sus síntomas han mejorado, pero la anciana niega con la cabeza y dice, simplemente, “es que ya me voy a morir”. Mi amiga responde preguntándole por qué dice eso, y la anciana contesta: “¿Nunca lo oíste? Cuando uno se va a morir, recupera la lucidez”. La estudiante, la desanima de la idea y se despide con un cortés “hasta mañana”, parte a sus clases y va a dormir. Pero nunca vuelven a encontrarse. Mi amiga regresa al día siguiente, pero su paciente la ha superado en el diagnóstico.

Luego mi amiga me dice que nunca lo olvidará, no sólo porque fue la primera paciente que perdió, sino también porque se despidió como quien espera ver a esa persona al día siguiente. Que de haberle creído se hubiera despedido de otra forma, habría dicho algo distinto. “Y es curioso”, dice para terminar la historia, “recuerdo perfectamente su cara, pero no recuerdo su nombre”.

Pero en el camino a casa me quedo pensando en esta idea y me pregunto, ¿pero no es acaso mucho mejor así? ¿No es mejor vivir sin saber cuándo tiene uno que despedirse, sin programar los adioses más que para la mera coincidencia? Creo que ella recuerda esa historia porque justamente no pudo despedirse. Recuerda su cara, recuerda esa despedida fugaz, recuerda las palabras que todavía le parecen demasiado ligeras para alguien que tiene que dar la única despedida definitiva. Pero creo que es hermoso que no recuerde su nombre. Creo que es hermoso porque de haberse despedido como ella quería, probablemente no recordaría lo que le dijo, no recordaría su rostro porque hubiera detenido ese momento para memorizarlo, y la memoria siempre olvida, a diferencia de la emoción. Recordaría el nombre, claro, pero habría olvidado a la persona. Y es que, cuando uno se despide de algo a sabiendas de que no volverá, termina por recurrir, inevitablemente, al alivio tremendo que nos significa el olvido. En cambio cuando una despedida es fugaz, el siguiente encuentro no es ya un adiós que reivindicar, sino una conversación que se retoma.

miércoles, julio 18, 2007

Ejercicios de estilo // Raymond Queneau

Realmente me gustan esos libros que rozan el límite entre lo literario y lo "algo más". No porque uno tenga que esforzarse y armar toda una teoría para justificar que sean arte, sino porque tienen un atisbo de elementos tangibles, una especie de flirteo con aquello que la literatura justamente trata de abstraer: la realidad. De ahí mi afán por la delirante antropología de Bruce Chatwin, o mi fascinación por cierta obra de Nabokov, los libros de viaje, aquellas otras obras que nacieron no con un fin literario, sino de cualquier otro tipo. Sobre este libro no sé demasiado, así que no puedo asegurar la intención clara del autor. Podría ser un manifiesto como podría ser un ejemplo.


Raymond Queneau es el francés que fundaría ese movimiento literario de los 60' llamado OuLiPo, al que pertenecerían autores de la talla de Georges Perec y el mismo Ítalo Calvino. Con el objetivo de concebir una literatura basada en la restricción formal, el concepto de este movimiento se basaba en auto-imponerse limitaciones al momento de escribir, para luego sortearlas y lograr con ello la aparición de la obra.

Pero en fin, no es este un post sobre el OuLiPo, ni tampoco sobre las muchas excelentes obras que emergieron de ahí. Pasa que con algunos libros, la idea en sí es una especie de representación de lo que uno supone o espera para ciertas cosas en su vida. Quizás eso es lo que me gusta tanto de ese "grupo" de libros que no son una obra para subrayar frases, sino para encontrar una mirada distinta, una visión del mundo que trasciende la nuestra o está colocada en cualquier otro lugar. Así es como leo yo, al menos, este Ejercicios de estilo que tiene mucho y poco de literario. El concepto es sencillo: una historia de lo más cotidiana y trivial. Luego, contarla de 99 formas diferentes, siguiendo un estilo impuesto por el título colocado a cada versión.

Y si bien es cierto el libro es una especie de paradigma para el OuLiPo, yo me pregunto si no es más bien ese continuo preguntarse qué hubiéramos hecho diferente, ese decidir de todos los días de "cómo" o "en qué momento" decimos y hacemos las cosas. Y sobre todo, si una vez dichas no hay vuelta atrás. Si uno no puede simplemente autodeterminar su estilo y cambiar su versión de la historia, si todo eso es una gran mentira o simplemente es una forma de hacer arte. Yo qué sé. No siempre funciona, porque buscar alivio en la realidad probablemente es ingenuo. Pero de vez en cuando me gusta echarle mano a este libro y leer alguno de los ejercicios por azar. Sólo para saber que siempre hay otra forma de leer la misma historia. Y que eso, al fin y al cabo, la convierte en una historia completamente nueva.


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Recomendable: Para escritores en primer lugar. Para cuando necesitamos abrirnos la cabeza a como dé lugar.
Se lo regalaría a: Capaz que este es uno de esos libros que si se los regalas a alguien no entienden por qué diablos se los diste.
¿Tomarían harto whisky?: Porque en la portada del librito este aparece la foto de Queneau haciendo payasadas, y ya una vez había visto una foto de Georges Perec que más bien tiene pinta de vocalista de banda alternativa de rock. Así que ahora me queda la duda de si se reunían a compartir ideas o si todos en el OuLiPo andaban medio pasados de vueltas.


Ficha técnica:

Queneau, Raymond
Ejercicios de estilo - Ediciones Cátedra S.A.
1989
164 p.; 13x21 cm.
ISBN: 8437606756




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"Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.
Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo." Le indica dónde (en el escote) y por qué.

Sueño
Me parecía que todo era brumoso y anacrado en torno mío, con múltiples e indistintas presencias, entre las cuales, sin embargo, sólo se dibujaba con bastante nitidez la figura de un joven cuyo cuello demasiado largo parecía anunciar ya por sí solo el carácter a la vez cobarde y protestón del personaje. La cinta de su sombrero había sido reemplazada por un cordón trenzado. Reñía luego con un individuo al que yo no veía; después, como presa del miedo, se metía en la oscuridad de un pasillo.
Otra parte del sueño me lo muestra caminando a pleno sol delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte añadir un botón en el abrigo."
En eso, me desperté.

Metafóricamente
En el centro del día, tirado en el montón de sardinas viajeras de un coleóptero de abdomen blancuzco, un pollo de largo cuello desplumado arengó de pronto a una, tranquila, de entre ellas, y su lenguaje se desplegó por los aires, húmedo de protesta. Después, atraído por un vacío, el pajarito se precipitó sobre él.
En un triste desierto urbano, volví a verlo el mismo día, mientras se dejaba poner las peras a cuarto a causa de un botón cualquiera."

domingo, julio 15, 2007

Porque no puedo cambiarlo

Yo sé. Siempre lo he pensado. Vivir en el pasado es fútil. Cambiarlo imposible. Pero si me dieras la oportunidad, juro que lo haría todo distinto. Probaría cualquier otra cosa menos esa maldita manía de decir las cosas a la mitad para tener siempre a mano la puerta de escape. Te demostraría que nunca mentí concediéndote el único lujo que no podía darme en ese momento: la verdad. Y no porque no te la merecieras, no porque no te la quisiera dar. Simplemente que sacrificarme me hubiera destruido. Pero también eso te lo hubiera contado. Te hubiera explicado paso por paso qué es lo que me llevó a estar allí, qué me motivó a empezar a decir las cosas y luego recular cuando ya era demasiado tarde. Te hubiera pedido perdón como sé que hubieras entendido. Me hubiera quedado callado cuando el silencio era la respuesta justa. Te hubiera dicho lo que querías oír y no para satisfacerte, sino para que los dos pudiéramos coincidir en la maravilla esquiva de que yo sintiera lo que tú esperabas.

Capaz hubiera reescrito la historia cien, mil, un millón de veces, todas las veces que fueran necesarias para que te dieras cuenta que no era una mentira, que nada de esto lo es. Pero así es la vida, ¿no? Ni tú me perdonarás ni la vida me dará otra oportunidad. Y yo, yo que si algo he tenido de sobra siempre han sido palabras, no encontré las palabras justas para ti. Hoy las tengo y las puedo convertir en mil historias que no son más que la misma historia. Y ahora ya lo sabes y no te basta.

Tampoco sabrás nunca cuánto me duele. En un par de días, lo he perdido todo. Aquello en lo que mi mundo de cristal se alzaba, se ha derrumbado sobre mí, me ha cubierto en escombros. Y yo sigo pensando en escribir la misma historia que sigues siendo tú. Me voy a alzar porque no puedo permitirme la derrota. Voy a ganar porque me conoces y sabes que así soy yo. Pero mientras mi mundo está hecho pedazos, puedo darme el lujo endiabladamente raro de disfrutar del caos más absoluto. Y sin embargo, ya ves que con toda la libertad que eso significa, mi único afán, la única cosa por la que cambiaría todo el tiempo, sería para decirte ese par de palabras que me faltaron en el momento en que más las necesité.

martes, julio 10, 2007

Los árboles mueren de pie // Alejandro Casona

¿Nunca les ha pasado necesitar un libro y no tenerlo a mano? Creo que es una de las sensaciones más terribles que le pasan a un lector de refugio. Y hay algo todavía más interesante qué pensar... Porque yo estoy convencido que hay momentos en la vida en que ese "necesitar" un libro, está puesto en el sentido más estricto de la palabra: un fragmento, una frase, una serie de palabras que nos hacen recordar lo que necesitamos decirnos a nosotros mismos en ese momento preciso. Ya sé que eso tiene poco o nada que ver con el arte, pero de nuevo... a veces pasa. Y cuando pasa, es bueno saber que hay un gran arte allá afuera, dándonos una mano. O sea, gente que se las ingenió para ayudarnos de alguna manera a ganarle a la vida.

Una de las cosas más interesantes cuando eso pasa es que a veces el libro que uno necesita no es de tus libros favoritos, ni de los mejores libros que leíste. Hay libros recurrentes, hay libros que pasan sin dejar huella, hay otros que podrían hacerlo si no fuera por algunas situaciones puntuales de tu vida. Odio los libros que están fabricados para volverse recurrentes. Es como esas parejas que están siempre ahí para ti, que construyen su vida alrededor tuyo, pero sin ella no son más que un casco vacío, no tienen un alma propia. Creo que lo mejor que le puede pasar a un libro es que el lector se enamore de él y lo busque por lo que significa el libro en sí, luego por lo que significa el libro en la vida del lector. Y como este blog está hecho para hablar de la literatura no como una forma inaccesible y superior del arte para entendidos, capaz alguno de ustedes entienda lo que quiero decir.

Primera y posiblemente última vez que posteo sobre una obra dramática. Bueno, quizás algún día Shakespeare. Pero creo que todas las obras teatrales que leí las leí mientras estuve en el colegio. O sea, lo impresicindible. Me divirtieron sana y buenamente, me gustaron algunas más que otras, y de aquellas he visto representadas muy pocas. Pero hay un par en especial que sí se me quedaron pendientes en la mente, como en estado latente hasta el día en que pudiera darles una reinterpretación. El punto es que como amo la narrativa, estoy acostumbrado a admirarme por recursos estilísticos, técnica, estructura. En la obra dramática hay de todo eso, pero en una forma absolutamente distinta. Y cuando esos recursos me faltan, siento lo que leo ligero, como una historia en bruto. Pero eso no quita que tenga la capacidad de golpearte. De hecho, si lo pienso muy muy bien, probablemente lo hace incluso mejor cuando pasa.

Esta obra la leí ya no me acuerdo ni cuando. Me acuerdo dos cosas muy puntuales: que me encantó y que me enamoré perdidamente del personaje de Isabel. No estaría mal hacer un top 10 de amores literarios, y creo que ella estaría ahí. Probablemente poca gente la pondría en el suyo, pero qué importa, déjenme con mis gustos raros. Cuestión, nunca podré explicar exactamente qué es lo que me pasa con este libro. No lo he leído tantas veces como averiguarlo, capaz nunca lo haga. Hoy lo habría leído y no lo tengo a mano. Mañana probablemente preferiré leer otro. Me acuerdo que la escena en que describen los ojos de Isabel fue el momento en que pensé que uno sí se puede enamorar de un fantasma literario. Y me acuerdo que el momento en que la abuela afronta la verdad sobre el final de la obra, me parece una de las escenas más desgarradoras de la literatura universal.

Hoy me hubiera gustado tenerlo. Pero al menos encontré un fragmento en uno de mis cuadernos. No es suficiente para recuperar el sentimiento. Pero sí para hacer lo que tengo que hacer y llevarme esa lección que dejó Casona, por si algún día alguien la necesitaba. Él dice que los árboles mueren de pie. Yo digo entonces que sí, que pase lo que pase, morir no es tan malo, pero que, ciertamente, sobrevivir no es tampoco tan perfecto como parece.

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Recomendable: Antes de cualquier competencia que se sabe muy dura. Cuando por dentro algo se quiebra pero necesitas permanecer fuerte a la vista de todos. Cuando necesitas aprender por qué algunas batallas valen la pena ser peleadas aunque estén perdidas de antemano.
Se lo regalaría a: ¿Ahorita? A mí.

Ficha técnica:

Casona, Alejandro
Los árboles mueren de pie - Edaf S.A.
1984
112 p.; 11x17 cm.
ISBN: 8471668882




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"Balboa: Pero, ¿De dónde vas a sacar fuerzas?

Abuela: Es el último día, Fernando. Que no me vean caída. Muerta por dentro, pero de pie. Como un árbol."

domingo, julio 08, 2007

Unas de cal, otras de ti

Ayer por la noche anunciaron a Machu Picchu como una de las nuevas 7 maravillas del mundo. Sin duda, me hace sentir orgulloso. Muchos critican el sistema de elección (particularmente los países que no tuvieron candidatos, bueno), y muchos creen que no hará gran diferencia. Pero está bien, porque ayer me tocó contestarle a algunos amigos con la frase “en Perú todo el mundo está celebrando en las calles”.

Un país que ha sufrido tanto como el mío, no debe privarse de una sola alegría. Ni una sola. Aunque algunas duren poco.

Hoy por la mañana vi a Federer pararse frente a un contrincante que por un momento le reveló una verdad terrible: ya no es el mejor del mundo en cada instante. Sigue siéndolo por ahora, claro… pero ahora sí hay una sombra que le pisa los talones. Y por momentos ese tipo que admiro por considerarlo prácticamente perfecto en el tennis, se me hizo humano. Pero está bien, porque quizás ganó por eso.

Un jugador que se levanta en los momentos más terribles y llora cuando logra una victoria que le costó exigirse al máximo, es una buena razón para seguir creyendo que la vida es franqueable, aunque cueste.

Por la tarde me llamaron a decirme que mi yegua ganó un campeonato al que también le tengo mucho aprecio. No sé bien por qué de todas las competencias de Perú, esa Copa Aniversario es la que verdaderamente me importa más que cualquiera, más que el campeonato nacional, incluso. Para los que me conocen, deben de pensar que siempre digo eso de cada concurso, pero que mi yegua tenga ese campeonato significa una enormidad. Me dolió terriblemente no haber sido yo quien haya saltado con ella hoy. Pero está bien, porque cuando uno es feliz hay dolores que se cargan con gusto, y eso me hace desear estar en casa.

A veces siento que he dejado en ella un reflejo de mí mismo. Y uno no se lo puede explicar a nadie que no lo haya vivido (todos los deportes son así). No sé, pero es que la vida está llena de esas pequeñas cosas que nadie te entiende y que tú no cambiarías por nada.

Hoy por la noche, ocurrió lo que había temido toda la semana: Perú cayó goleada 4-0 contra la selección de Argentina en los cuartos de final de la Copa América. Ayer, cuando veía los otros partidos, sólo pensaba “Dios, si perdemos, al menos que no sea así”. Pero sí fue. Y la verdad es que esa sensación rara de que todos se burlen de algo tan trivial como el fútbol, también duele. Pero está bien, porque sufrir por ser peruano es algo que haría cualquier día de la semana.

No se pueden ganar todas las guerras. Y algunas, de hecho, están hechas para pelearse y sólo morir honrosamente. Probablemente ver ese partido me ha recordado lo difícil que es alentar hasta el último minuto. Pero creo que ahora sé que es la única forma de no ser mediocre. ¿Y saben qué? Hubiera sido mucho más feliz si hubiéramos metido aunque sea un gol, si le hubieran quebrado la pierna a un argentino o si simplemente hubiéramos ganado el partido. Pero lo cierto es que a veces me da gusto que no todo salga tan bien; me da gusto sentirme un vulgar y frágil ser humano, saber que la vida no me va a convertir en una máquina insensible: yo también quiero llorar el día que gane mi partido más difícil.

jueves, julio 05, 2007

El viaje de Baldassare // Amin Maalouf

"Cuatro largos meses nos separan todavía del año de la Bestia, y ya la tenemos ahí. Su sombra vela nuestros pechos y las ventanas de nuestras casas". Así empieza esta novela del franco-libanés Amin Maalouf, autor que todavía da vueltas en la lista de los nominados al Nobel y que tiene toda una legión de seguidores entre los cuales se encuentra una ex mía y que seguro me hubiera dejado por él de haberlo conocido. Pero bueno, dejando la remembranza de lado, no fue gracias a ella que conocí a este autor, sino casualmente, en mi primer año de economía en Lima. Había oído hablar de él, pero creo que jamás se me hubiera ocurrido ponerlo en la lista de prioridades si no hubiera sido porque en la clase de lengua nos pasaron una separata y lo primero que leí fueron esas líneas.

Levanté la mano ipso facto para preguntarle al profesor si recomendaba al autor, y el profe se mandó una perorata bastante precisa, ahora que lo pienso bien, pero también bastante poco convincente. Me recomendó Las cruzadas vistas por los árabes, ensayo que era bastante pertinente debido a que acababa de explotar el conflicto Irak-Estados Unidos (los locales primero), y el cual conseguí no me acuerdo bien cómo. Pero ahí quedó la cuestión, porque la no-ficción me gusta eventualmente, y casi siempre cuando ya conozco al autor, pocas veces como carta de presentación.

Pero como el destino a veces es bueno conmigo, un día caminando en librerías Crisol, volteo y ahí estaba un título conocido. "¡Muérome!", exclamé (bueno, no fue tan exagerado, pero sí me emocionó un poquito) y sí... era El viaje de Baldassare, ahí dejado en una góndola que ni siquiera le correspondía. Amo cuando esas cosas me pasan. Puedo ser comprador compulsivo... de hecho, trato de no llevar ni plata ni tarjetas cuando entro a una librería. Pero cuando veo un libro que me suena y se aparece... no sé, en la sección cocina, o se ve que alguien lo iba a comprar pero lo dejó en otro lado, la tentación es demasiada para soportarla.

Igual me lo llevé junto con un libro de Fernando Vallejo que leí primero, y finalmente ahí quedó la novela de Maalouf medio olvidada, hasta que viajé a Buenos Aires y al momento de decidir qué libros me iba a llevar, pues lo eché a la maleta casi sin fijarme. Ah, inconsciente, sabio inconsciente.

El viaje de Baldassare es una de esas novelas que te sorprenden en cada página. La técnica, la prosa, la estructura, todo es endemoniadamente sencillo. Y sin embargo, cada palabra es un golpe de dados, cada situación, cada momento de la novela es un verdadero viaje que no deja de sorprendernos de la manera más estupenda en que se puede sorprender uno. El argumento inicia de la manera más sencilla, pero se difumina conforme avanzamos en la trama (probablemente como cualquier viaje). Es el año 1666, y el mundo se encuentra en una especie de frenesí... Es el año de la bestia, el fin del mundo. Y en esta especie de locura social, el protagonista Baldassare Embriaco parte en busca del libro llamado "El centésimo nombre", el libro que contiene el centésimo nombre de Dios, y acarrea con ello la salvación de su portador frente al inminente Apocalipsis en el año de la Bestia. Sin embargo, Baldassare no parte solo y sus compañeros de viaje no sólo cambiarán rotundamente los destinos y fines del viaje, sino que además lo harán cambiar a él. Aparece la figura del amor en Marta, el amor platónico de Baldassare que súbitamente se une a la empresa; aparece el tema de la fe en su sobrino, fiel creyente de los presagios, que se enfrenta constantemente al excepticismo de su tío; el tema de la extranjería en los diferentes lugares que va recorriendo, la noción de lo que es un hogar, la posibilidad de que, como en ese tan citado poema de Kavafis, a veces Ítaca es el viaje que realizamos antes que la isla que pisamos al final de la jornada.

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Recomendable: Definitivamente para viajes largos. Para cuando no estás seguro de dónde es que queda el norte y dónde queda tu casa. Para cuando te entra la onda fatalista y todo lo que ves son señales y presagios. Si alguien ve esto, la contaminación no nos ha exterminado y no estamos dominados por los marcianos, para el año 2666.
Se lo regalaría a: Cualquier persona que abandona su país, sea por la razón que sea. Debería haber un puestito con este libro al costado de migraciones.
Whisky rebajado: Es que quería dejarles mi parte favorita de la novela, o al menos la que la resume de cuerpo entero, pero me parece que es como contar el final. En vez les dejo un pasaje que de todas formas me fascina (en realidad hay muchos extraordinarios). En fin, cuando lleguen a la parte del 20 de diciembre de 1666, entenderán a qué me refiero.

Ficha técnica:

Maalouf, Amin
El viaje de Baldassare - Alianza Editorial S.A.
(El libro de bolsillo); 2003
448 p.; 11x18 cm.
ISBN: 8420672157






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"En el mar, 9 de noviembre

El mar está permanentemente agitado, y yo permanentemente enfermo. Muchos marineros lo están tanto como yo, si es que esto es un consuelo.

Todas las noches, entre náusea y náusea, rezo para que la naturaleza nos sea más clemente, pero resulta que Domenico me dice que él reza por lo contrario. Sus ruegos, es evidente, son escuchados, y no los míos. Y ahora que me ha explicado sus razones, creo que voy a imitarle.

- Mientras la mar esté encrespada - me dice - estamos a salvo. Pues si los guardacostas nos localizan, no se atreverán a lanzarse en nuestra persecusión. Por eso prefiero navegar en invierno. Así sólo tengo un adversario, el mar, y no es ése el adversario que más temo. Aunque decidiera quedarse con mi vida, no sería tanta la desgracia, porque me haría escapar al suplicio del palo, que me espera el día en que me agarren. Morir en la mar es un destino de hombre, como morir en el combate. Mientras el palo te hace maldecir a la que te ha traído al mundo.

Sus palabras me han reconciliado tanto con la marejada que me he apoyado en la borda, me he colocado de frente para que me salpique el agua y he recogido con la lengua las gotas saladas. Es el sabor de la vida, la cerveza de las tabernas de Londeres y los labios de las mujeres.

Respiro a pleno pulmón y las piernas ya no me flaquean."

lunes, julio 02, 2007

Síndrome del viajero

Irte lejos para que el sentimiento de ahogo no te persiga no siempre funciona. Después de todo, funcionó la última vez. No podías esperar que se repita, tampoco anticipar la derrota. Y no te lamentes, no todas las batallas se ganan.

Quizás porque en estos tiempos, cada vez tienes que irte más lejos para estar lejos. Hace dos noches, el balneario de Pimentel, donde mi madre pasó su infancia. Hoy de nuevo Buenos Aires y su frío desgarrador que vive burlándose de mí. Demasiados kilómetros demasiado pronto. Demasiados aires que no saben igual. Demasiadas voces que se me confunden. No sé qué tengo, pero sé qué es lo que no.

Quizás en este mundo uno se acostumbra a todo. He sido un extranjero los años más importantes de mi vida. Y quizás ya no sé ser otra cosa. Amo mi prisión. Amo ser parte de algo de lo que no soy parte.

Te estás poniendo nostálgico, me grita una cuerda negra tendida sobre mi mesa. La miro tentado, pero rechazo la idea. La vida se ríe y me dice: “no perteneces a nada”. Pero seré yo quien ría luego. Ahora puedo darme el lujo de construir todo desde el comienzo, digo.

Sí, sé que tengo razón. Pero también es cierto que no estoy sonriendo.