sábado, mayo 05, 2007

Prosas apátridas // Julio Ramón Ribeyro

Es raro y a la vez extremadamente delicioso cuando un libro lo puedes leer una y otra y otra vez. Cuando algo sencillo y a la vez extremadamente rico te toca en el alma, pero puede volver a hacerlo, siempre con las mismas palabras. Cuando las mismas frases encierran mil sentimientos diferentes dependiendo del momento en que decidas abrir esas páginas. Y hay pocos libros así en la vida. Demasiado pocos como para no atreverse a buscarlos.

Prosas apátridas no es una novela. Ni tampoco una colección de cuentos, ni nada que pretenda un fin. Es fragmento. Son fragmentos. Pequeños pedazos de literatura arrancados al vacío, pedazos que no pretenden formar nada más que eso. Desde luego, una dispersión constante siempre da una ilusión de concentración, por supuesto que la obra, leída de continuo, tiene un peso total. Pero lo cierto es que la intención no es esa. Los fragmentos que nos deja Ribeyro son pequeñas reflexiones que se le arrancan a la vida, instantáneas, pensamientos, desvaríos, gritos o susurros. Y su idea no es más que agotarse en el fragmento: brillar por un breve momento. Luego, haberlo subvertido todo.

Lo extraño es que la voz de este autor es como un paseo, donde nuestro acompañante es tan lúcido, tiene una voz tan terriblemente irónica algunas veces, tan hermosamente nostálgica otras, que uno no siente más que la necesidad de dejarle hablar, arrancarle trozos de sabiduría a los eventos más mínimos, a las visiones más cotidianas. Y es que la elegancia de Ribeyro consiste en eso, en mirar al mundo como la suma de millones de pequeños fragmentos que pueden ser rescatados de cuando en cuando, como un observador que se vuelve el gran catalizador del universo y de pronto divisa un fenómeno invisible a todo el resto de personas, haciendo que su existencia dependa de él, de su mirada, de sus pensamientos, de su capacidad de revelarlo al resto.

Resulta fascinante encontrar lo mejor de Ribeyro en un libro que se aleja tanto de su proyecto de retratar a la sociedad peruana en sus cuentos... Y sin embargo, aunque el Ribeyro cuentista es también digno de la más absoluta admiración, es aquí donde encontramos al Ribeyro más honesto. Y, verdades sean dichas, la honestidad rara vez es una cualidad en un escritor. A menos que seas Ribeyro.

Y ahora es cuando dejo de escribir, porque hay mucho más qué decir, pero también inútil. Desde luego, para libros como éste, uno siempre creerá que no ha dicho suficiente, pero como siempre digo, decir sobre lo escrito es redundar cuando la obra vale la pena. Quizás sólo agregar que este es un libro para leer siempre, una cualidad que tampoco muchos libros poseen. Y yo tengo a mi lado las Prosas, es un día gris allá afuera, después de uno de esos días difíciles, demasiado duros como para no acusar huella, o al menos cansancio; así que con su permiso, voy a entretenerme un rato con la maravilla. Digo, para esta vez sacarle yo la lengua al mundo.

-0-

Recomendable: Siempre. Para cuando estás solo y no tienes nada qué hacer. Para cuando estás con alguien y quieres pasar un buen rato. En un parque cuando hay lindo día. Para cuando llueve. Para cuando odias todo. Cuando estás de buen humor. Cuando extrañas. Cuando quieres hacer algo diferente con tu enamorada. Cuando todo da vueltas. Cuando estás borracho. Cuando tienes la desgracia de no estarlo. Cuando vas en colectivo. Cuando esperas demasiado por uno. Cuando tienes necesidad de escuchar. Hoy. Todos los días que se pueda.
Se lo regalaría a: N.

Ficha técnica:

Ribeyro, Julio Ramón
Prosas apátridas - Seix Barral; 2007
144 p.; 13x23 cm. (Biblioteca breve)
ISBN: 843221230X








-0-

" 65
Por la misma vereda desierta por donde yo camino, un hombre viene hacia mí, a unos cien metros de distancia. La vereda es ancha, de modo que hay sitio de más para que pasemos sin tocarnos. Pero a medida que el hombre se acerca, la especie de radar que todos llevamos dentro se descompone, tanto el hombre como yo vacilamos, zigzagueamos, tratamos de evitarnos, pero con tanta torpeza que no hacemos sino precipitarnos hacia una inminente colisión. Ésta finalmente no se produce, pues faltando unos centímetros logramos frenar, cara contra cara. Y durante una fracción de segundo, antes de proseguir nuestra marcha, cruzamos una fulminante mirada de odio.

126
Mi error ha consistido en haber querido observar la entraña de las cosas, olvidando el precepto de Joubert: "Cuídate de husmear bajo los cimientos." Como el niño con el juguete que rompe, no descubro bajo la forma admirable más que el vil mecanismo. Y al mismo tiempo que descompongo el objeto destruyo la ilusión.

129
Hay veces en que el itinerario que habitualmente seguimos, sin mayor contratiempo, se puebla de toda clase de obstáculos: un enorme camión nos impide cruzar la pista, un taxi está a punto de atropellarnos, un viejo gordo con bastón y bolsa obstruye toda la vereda, una zanja que el día anterior no estaba allí nos obliga a dar un rodeo, un perro sale de un portal y nos ladra, no encontramos sino luces rojas en los cruces, empieza a llover y no hemos traído paraguas, recordamos haber olvidado en casa la billetera, algún imbécil que no queremos saludar nos aborda, en fin, todos aquellos pequeños accidentes que en el curso de un mes se dan aisladamente, se conecentran en un solo viaje, por un desfallecimiento en el mecanismo de las probabilidades, como cuando la ruleta arroja veinte veces seguidas el color negro. Extrapolando esta obervación de una jornada a la escala de una vida, es esa falla lo que diferencia la felicidad de la infelicidad. A unos les toca un mal día como a otros una mala vida.

197
Hay momentos en que el sufrimiento alcanza tal grado de incandescencia que diríase nos cristaliza y nos vuelve por ello indestructibles."

10 comentarios:

Carlos el Narrador dijo...

Hola, buen día

Muchas gracias por lo que Usted escribe. Leí Prosas Apátridas hace ya unos tres años...aunque lo hojeo ocasionalmente, hoy la lectura de su post, me ha creado le necesidad de leerlo, como si fuera la primera vez.

Que mágico libro Porsas Apátridas, que siempre tiene la virtud de la novedad.

Carlos el baterillero

Anónimo dijo...

"¿y qué es la vida sino el lugar de las separaciones?"
Cioran

Anónimo dijo...

Este libro lo lei en el colegio, hace unos 17 años. 5 años despues, senti la necesidad compulsiva de leerlo, y no pare hasta encontrarlo de nuevo. Lo perdi, y lo compre de nuevo. Lo regalo cada vez que puedo. Tiene lo suficiente para dejarnos pensando profundamente sobre cualquier cosa. Es un "arrancador" cerebral. Insustituible e invaluable.

Anónimo dijo...

Hola; hay una prosa en que JRR habla acerca de la distancia correcta para medir la belleza de la mujer. Tenía el libro, pero creo que alguien no me lo devolvió. Podrías por favor publicar ese texto?
Julián.

Anónimo dijo...

Nublado, húmedo y frío invierno en Buenos Aires, conversación de final de viernes en la oficina, crítica feroz sobre cierto sector de la intelectualidad académico enfermiza del porteñaje autóctono, volví a recordar a JRR en aquella prosa apátrida en la que él realiza la perfecta distinción entre "cultura" y "erudición". Qué joya!!! Cuánta sabiduría!!! Qué agudeza!!! Cuánta razón!!! Googleando me topé con este blog y me encantó tu escrito, Daniel (casi tanto como su título) y los comentarios de este club discreto y perenne de admiradores de este "mi libro de cabecera", que es como le llamo a las prosas apátridas. Y es ese, su carácter de universal o lo que a lo mejor es lo mismo, su carácter de andariego, (diría el i-chin) lo que hace que este libro sea tan irresistible para todo momento de la vida.
Si no me equivoco, el pedido de Julian apunta a la prosa:
Distancia: a doscientos metros no podemos saber si una mujer es bella. A unos centímetros todas son iguales. La percepción de la belleza necesita cierto margen espacial, que varía no sólo de acuerdo al observador sino también de acuerdo al objeto observado. Entre nosotros decíamos de algunas mujeres, utilizando una expresión ya convenida, "tiene buen lejos", pues a cierta distancia parecía guapa, pero apenas se acercaba no lo era. Otras en cambio tienen "buen cerca", pero al alejarse notamos que son desproporcionadas o flacas o con las piernas torcidas. ¿Qué distancia debe servirnos de patrón para darnos un veredicto estético sobre una persona? Un amigo a quien hice esta consulta me respondió: "la distancia de la conversación".
Brillante. Como todas y cada una de las prosas.
June Moon

Anónimo dijo...

ribeiros esun relator qe telleva de la mano asu mundo te involucra te imaginas estar ahi te sientes abstraido de este espacio y vas al suyo. richard paredes

Anónimo dijo...

Me gusta lo que escribiste Daniel…
..vivo sola en una ciudad que me gusta, que me es extraña …no tengo a mis amigos, ni a mi familia ni a mi gata y con ese libro es como si no estuviera tan sola.
uhm Riveyro…
Luisa Maria

MoiZés AZÄÑA dijo...

Excelente que difundas material del gran escritor Ribeyro.

AZAÑA ORTEGA

Asterios Polyp dijo...

Parece que he descubierto tarde tu blog. Acabo de finalizar Prosas apátridas y ha sido tal el impacto que buscando más información por la red recalé aquí.Veo que también eres seguidor del gran Lobo Antunes. No me va a quedar más remedio que ponerme a leer tus entradas atrasadas. Saludos.

Anónimo dijo...

el link?