viernes, noviembre 13, 2009

La vida, instrucciones de uso :: Geroges Perec

Valoración: 5.0/5.0
(Estoy enamorado de ti)



Una tarde armaba un rompecabezas con esposa. Nos aburrimos después de un rato de no encajar nada y nos fuimos a dormir. La noche siguiente, la encontré con su parte mucho más avanzada que el día anterior. Me dijo, sonriendo: "por un momento parece que faltaran piezas. Luego te distraes, te concentras en otra cosa. Y cuando vuelves, todo se ve distinto, como con otra perspectiva. Y te das cuenta que las piezas siempre estuvieron ahí". Y siempre estuvieron ahí.

Todavía hoy me gusta armar rompecabezas. Es una afición que me empezó desde muy chico, con mi abuela. Lo triste es que no encuentras demasiados rompecabezas hoy en día. Bueno, al menos no en mi ciudad (hago la anotación mental de intentar hacer alguna línea de eso con la editorial, aunque solo sea para darme el gusto). Y es cierto. En la paciencia de recrear el mundo debe estar congregada la esencia misma de escribir, del arte, de la vida. Y eso es algo que debe haber sabido demasiado bien el genial francés Georges Perec cuando se decidió a crear este rompecabezas que no es sino una novela magnífica disfrazada de muchas otras cosas.

Imaginen un edificio parisino y luego imaginen que la fachada es invisible, de manera que pueden ver la estructura de la construcción como en un plano. Verían entonces cada habitación, cada fragmento de la vida de las personas que habitan allí, podrían describirlo de manera casi exacta. Y describir es lo que hace Perec. Siguiendo esta estructura monumental, nos inserta a cada habitación de ese edificio y analiza, de forma taxativa y minuciosa, cada objeto, cada fragmento y cada fantasma que habita en esos cuartos. Si hay una persona, su historia acompaña la descripción. Si allí vivió alguien antes, también su recuerdo es evocado. Pronto descubrimos que esta inusual forma de insertarnos en ese pequeño universo no es sino una excusa para armar un rompecabezas gigantesco: los personajes y sus historias no son sino un pretexto narrativo del más alto calibre, la posibilidad de crear una enumeración del mundo en la cual terminemos por descifrarnos a nosotros mismos.

Asombroso ejercicio sobre la inmortalidad y la fugacidad del ser humano, me confieso un admirador total de esta obra, la cual, seguramente, está entre mis libros favoritos, no solo por sus innegables cualidades narrativas, sino también por su esencia primal: somos las piezas que faltan para completar el rompecabezas de un mundo que no es sino nuestro mundo. Y por ser nosotros mismos las piezas que faltamos, pasamos toda la vida buscándola en otros solo para descubrir (con suerte no demasiado tarde), que la pieza siempre estuvo ahí, que nunca habrá forma de completar el rompecabezas, que todo lo que creímos el mundo, no es en realidad sino una pieza más del armazón de otro.

Voy a terminar compartiendo con ustedes las razones de una fecha especial. Algunas pocas veces en la vida uno encuentra una pieza que lo hace a uno sentirse absolutamente completo. Menos veces aun tiene uno la suerte de compartir su vida entera con ella. Decir gracias es poco. Por suerte para eso se han escrito los libros: no habría nada peor que vivir toda una vida de excesos, aventuras y peripecias, solo para descubrir, en mis últimos instantes, que la única pieza que necesitaba la dejé ir en vez de dejarme completar con ella. Y decirle a esa persona (la persona más importante de mi vida), que el único gesto de amor del que podría ser capaz entonces es el de esperar que también yo pueda ser el uno que te hace tanta falta.


Se lo regalaría a: Todas las personas que gustan de armar rompecabezas. ¡Que vivan las costumbres anticuadas!

martes, noviembre 03, 2009

Finales inesperados

Habrás vivido para descubrir
que los días pasarán cambiando de color,
un paseo sublimal a fuerza de volvernos viejos. Pero ya no podríamos esperarnos en los refugios de siempre, en el poyal de la chimenea junto al fuego fatuo.
Tal vez ya te he dejado,
quizás ahora entiendo que los finales están escritos
por momentos que no llegamos a imaginar.

Y en cambio hoy ya ni siquiera procuré buscarte,
inerme como siempre he sido, anclado al cobijo absurdo de mi calle, mirando todo retorcerse, aprendiendo a descubrir
que ni siquiera puedes verme, que ya estoy demasiado lejos.

Ha sido un día feliz.
Has de haber oído los silbidos ceseantes de la estación que llega,
de los ciclos y las cosas que han caído en gigantescos agujeros invisibles,
donde cae también la posibilidad de olvido,
la palabra que enseña a desaprender
el idioma en que decimos los finales.

Y sabré que no podrías alcanzarme, que el dolor de todo lo que no dolía irá desvaneciéndose
pero de nada servirá
si yo estaré tan lejos.