jueves, julio 08, 2010

Raymond Carver :: Catedral

No es necesario elogiar más a Carver. Tiene una legión de seguidores, y ha sido considerado muchas veces como el mejor autor estadounidense de la historia. Tiene pocos libros de narrativa, pero sin duda alguna sus cuatro volúmenes de cuentos valen más de lo que valen catálogos enteros. Catedral es el tercero de esos volúmenes, y presenta verdaderas proezas literarias.

Hay algo, sin embargo, que hace a este volumen distinto del resto: contiene, además del típico escenario carveriano, momentos de auténtica revelación. Son giros sutiles, elegantes, apenas sugeridos. Pero la tensión que mantiene su prosa es siempre extrema: en este lenguaje lacónico todo parece formulado con la dureza de quien no tiene tiempo para miramientos. Hay una ambivalencia constante en ello: tanto la sutileza como la dureza golpean a una vez, marcan un ritmo determinante.

El título Catedral es quizás, una metáfora perfecta. Un lugar donde uno puede encontrar el refugio espiritual que de otra manera se nos niega. Un espacio que fue construido por una generación anterior, que no llegó a ver su obra terminada; un verdadero albergue desde el cual ver a la vida dura y ardua que navegan los personajes de Carver.

Y sin embargo, me ocurre también algo extraño con este libro. Sé que sus contemporáneos le dieron el valor de un realismo sucio y apegado al mundo que conocían. Pero en un tiempo en que todo se sabe pronto y todo está tan conectado, un tiempo en el que la información está a mano de todos y existen modos de publicar nuestra vida todos los días (y meternos, claro, en la de otros), la forma de vida que Carver propone se vuelve también una especie de encierro voluntario. Todos estos personajes son anónimos, nos revelan nada más que los misterios de sus acciones contradictorias, construyen su universo con el miedo y la resignación de quien considera a la realidad un pasaje oscuro pero inexpugnable. Ninguno de ellos se presta para el elogio absurdo de felicitar a un pariente lejano o dedicarle palabras eufóricas a terceros para a su vez recibir retribuciones comunicativas. Todo aquí ocurre en sombría discreción, únicamente para el lector, como un momento que se perderá inminentemente, pero nace justamente para eso.

De voz ronca y precisa, Catedral se asemeja mucho más a una charla con un extraño que a un repertorio de historias extraordinarias. Y lo extraño, según Carver, está empapado de todo aquello que nos permite transitar la vida, aunque nunca descubramos bien por qué.

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Se lo regalaría a: Cualquiera que se envicie demasiado con el maldito facebook.
Personalidad: Un extraño en el bus o el tren, que a lo mucho te pregunta la hora, pero definitivamente deja una impresión.