jueves, febrero 08, 2007

El viejo y el mar // Ernest Hemingway

Lo que me gusta de Hemingway es que para él todo es una lucha continua contra la naturaleza. Y lo que me fascina de él es que esa lucha se lleva a cabo en el terreno no de lo metafísico o lo espiritual, sino de lo estrictamente técnico, del conocimiento pequeño que el hombre ha dominado de manera casi primitiva. Y en eso, definitivamente El viejo y el mar es un paradigma no sólo de su obra, sino de la literatura universal.

Esta novela no es la historia de una guerra pre-fabricada. Es la historia de un pescador que va armado sin saber que está armado, porque para él la idea de la guerra contra el mar es la de algo tan natural como comer. No se trata de exigirse lo que no puede alcanzar, sino justamente de hacer lo que sabe hacer. El quiebre está en todo caso, en que este pescador se atreve a hacer lo que nunca antes hizo: adentrarse en aguas más profundas. ¿La recompensa? Bueno, habría que empezar por preguntarse si se le puede llamar así. Y la respuesta ha de ser aquello que más nos conmueva de esta novela absolutamente brillante.

La trama es bastante conocida: Santiago, un pescador artesanal (casi diríase arcaico), parte en su día 85 de temporada sin pesca hacia aguas que jamás había navegado, equipado con unos metros de cordel, un arpón, anzuelos y un pequeño cuchillo. En su mente oscilan los recuerdos de una orilla donde duermen los leones, su amor por el béisbol y su jugador favorito, Joe Di Maggio. Navega en esas aguas intranquilas, infestadas de tiburones hasta que se encuentra cara a cara con el reto: el pez más grande que ha visto nunca en su vida.

Pero ese pez no es sólo un actor externo al que hacer frente. No se trata de una cacería común. Ese pez es su reflejo, es con él mismo con quien Santiago tiene que luchar. Pero no de la manera en que lo hace el ser atormentado que se duela o se quiebra interiormente. Simplemente que la lucha lo refleja. Afuera las leyes las dicta el océano, debajo el pez lucha con tanta pasión como él mismo, pero, solo como está, Santiago no se deja llevar por la introspección, no pretende hallar el significado de su búsqueda, ni siquiera se pregunta si puede haber un significado. Santiago simplemente hace lo que sabe hacer mejor.

Allí radica lo emocionante y terriblemente desgarrador de esta lucha: no se trata de una pelea que se libra con el espíritu, o al menos no sólo con el espíritu. Es una lucha de los hechos, del conocimiento del cordel, de los anzuelos, de guardar las fuerzas para que las manos ensangrentadas puedan sostener el arpón cuando sea hora de dar esa estocada final. Esta es una guerra en la que los movimientos del pescador hablan por el personaje. Esta es una lucha donde la derrota no tiene lugar porque la lucha engrandece a quien la libra; esta es una lucha demasiado grande porque el mar es cruel para un pescador artesanal solo en su pequeña barca, tratando de remolcar a un pez en aguas infestadas de tiburones. Pero, justamente, esta no es la historia de una lucha que se conmemora con una leyenda. Esta es sólo la historia de una guerra que llega a ser librada aunque la recompensa se la lleve ese océano inexpugnable y la historia se hunda con los restos, lejos, hasta el fondo del mar.

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Recomendable: Para los momentos de lucha. Para cuando se tiene que decidir si se sale al mar o no. Cuando uno cree que está a punto de ser destruido. En una guerra cualquiera, en el momento que se te ocurra. Cuando estás perdiendo. Cuando estás ganando.

Ficha Técnica:

Hemingway, Ernest
El viejo y el mar - Debolsillo.
160 p. ; 19x13 cm.- (Contemporánea)







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"Era demasiado bueno para durar, pensó. Ahora pienso que ojalá hubiera sido un sueño y que jamás hubiera pescado el pez y que me hallara solo en la cama sobre los periódicos.

- Pero el hombre no está hecho para la derrota -dijo-. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado."

viernes, febrero 02, 2007

Victoria o desolación

Entonces mi amiga me dijo: "Pero uno no siempre obtiene lo que quiere. Es más fácil obtener lo que uno dice que quiere en todo caso."

Debe haber algo de verdad en eso. Supongo, siempre he pensado, que todos queremos lo que no podemos tener. Que parte de la naturaleza humana es perseguir aquello que nos es esquivo porque aunque no sepamos qué hacer con ello luego, la caza en sí es lo suficientemente atractiva para tomarse la molestia. El punto es, ¿qué pasa cuando el objeto de nuestra cacería resulta estar a nuestro nivel? Mi amiga es una persona sumamente inteligente, muy hábil, quizás demasiado perspicaz. Y sin embargo, eso la aburre, porque termina haciendo sus retos fáciles. Y es que definitivamente es más sencillo poseer que dejar ir.

La gran pregunta viene después, ¿en qué consiste la victoria, cuándo puede uno sentirse satisfecho? ¿Es cuando uno posee algo completamente, o cuando uno procura poseer lo que sea y ese objeto nos rehuye de una manera inexpugnable? Quizás para algunos la victoria se centra en el desafío, para otros en el objetivo. Lo cierto es que ya sea que se trate de una pareja, un cáncer o un sueño que perseguimos desde hace mucho tiempo, el fin de la búsqueda siempre será incierto. No importa que consigamos estar con esa pareja o que nos enamoremos pero la perdamos, no importa si el cáncer nos consume o logramos su completa remisión, no importa si ese sueño se nos cumple y nos damos por servidos en la vida o si finalmente lo descubrimos imposible y tenemos que contentarnos con un pequeño rezago de él. Nada de eso importa porque es ajeno a nuestro control. Lo que importa es cómo leemos esa historia finalmente, cómo logramos, con el único fin de sobrevivir, escapar de una derrota.