sábado, enero 20, 2007

La negativa // Franz Kafka

La negativa es uno de esos relatos tempranos de Kafka en los que asoman desde ya tanto la ironía como ese conocido toque kafkiano de resignación. Llama la atención la pertinencia, el golpe de dados de un relato que bien podría ser una fotografía de una calle en este siglo XXI. Sobre Kafka se ha escrito y se sabe demasiado. Pocos autores hay tan estudiados como él, y eso es absolutamente comprensible, si aceptamos que el alemán tiene, probablemente, la obra narrativa más importante del siglo XX. Así que no pienso alargar demasiado esta reseña, primero porque es uno de mis autores favoritos, y probablemente al que más recurro cuando es necesario refugiarse en la genialidad (lo que implica muchos posts venideros sobre Kafka, claro); y segundo porque me he tomado la molestia de transcribir este relato. Y sobre lo escrito, sobre todo cuando lo ha escrito Kafka, poner más palabras puede resultar hasta una especie de herejía.

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Recomendable: Para cuando sales a bailar y no te dan bola ni las moscas. Para cuando te das cuenta que las mujeres mienten, y aunque no sea su culpa, te jode.
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"Si me encuentro a una muchachita bonita y le pido: "Sé buena, ven conmigo", y pasa de largo sin decir una palabra, su actitud significa:
"Tú no eres un duque con apellido rimbombante; ningún americano atlético con la estatura de un indio, con ojos horizontales y contemplativos, con una piel acariciada por el aire de las praderas y de los ríos que fluyen por ellas. No has viajado a los Grandes Lagos, ni los has surcado, aunque no sé ni dónde se encuentran. Así que dime, por qué yo, una muchacha bonita, tendría que ir contigo".
"Olvidas que no te llevan en automóvil por la calle, balanceándote con sus sacudidas; no veo ir detrás de ti a los señores pertenecientes a tu séquito, embutidos en sus trajes y murmurándote piropos. Tus pechos quedan bien comprimidos por el corsé, pero tus muslos y caderas se resarcen por esa sobriedad. Llevas un vestido de tafetán con pliegues, como el que nos alegró tanto a todos el pasado otoño y, sin embargo, con ese peligro mortal en el cuerpo, sólo te ríes de vez en cuando".
"Sí, los dos tenemos razón y, para no ser conscientes de ello de un modo irrefutable, preferimos irnos solos a casa, ¿verdad?". "

Desconcierto

No es raro escuchar a las mujeres quejándose de que los hombres carecen de sensibilidad, que sus intenciones son demasiado superficiales; ulteriormente, que no las entienden. Pero lo interesante del tema es que, efectivamente, los hombres no las entendemos, o al menos no en el sentido en que ellas quisieran. Y por otro lado, ellas creen que sí nos entienden y eso es también una gran mentira.

Paso una noche en la playa de Asia, en una discoteca. Mis amigos y yo intentamos sacar a varios grupos de chicas a bailar, pero siempre con el mismo resultado, en diferentes versiones: "tengo enamorado", "estoy en grupo", "después". Eventualmente una que otra acepta, algunas con mejor cara, otras con más o menos educación. Llega un momento de la noche en que algunos "no" pasan de lo descortés y empiezan a sonar como si aceptar el baile fuera una herejía, una especie de violación a un código sagrado. Al respecto, sólo se me ocurre la posibilidad de que en algún rincón remoto de esas chicas, esa proposición es una invitación a mucho más. Que uno las ha visto como algo inaccesible, algo que se desea de manera hasta hiriente. Y supongo también que se siente bien poder decir que no, con la actitud de que se es mejor que eso que te saca a bailar. Pero la verdad es que esa especie de acuerdo no escrito es esa absurda barrera invisible para que tanto ellas como nosotros nos simplifiquemos la vida. Habría que aprender que tanto las mujeres como los hombres, en determinados momentos, sólo queremos bailar.

Al fin y al cabo, lo curioso es que las mujeres en particular diseñan un patrón de señas, un lenguaje propio, pero finalmente no transmiten la manera de descifrarlo y esperan que nosotros desvivamos esfuerzos para leer esa extrañísima serie de señales crípticas. Iluso de su parte y descortés de la nuestra no intentarlo más. Es triste que vivamos resignados a ello, porque nos perjudica a ambos, pero nadie hace nada por remediarlo. Y es que toda mujer, alguna vez en la vida, ha dicho que no al chico que la sacó a bailar, aunque se muriera de ganas y lo que es peor, de aburrimiento.

miércoles, enero 10, 2007

El monte de las ánimas // Gustavo Adolfo Bécquer

La verdad es que Bécquer no es de mis autores favoritos. Quizás porque nunca me gustó mucho el romanticismo en general, tal vez porque no leo tanta poesía y la poca que leo no se orienta mucho hacia las Rimas de este español que, sin embargo, influenció a algunos de mis poetas favoritos, como Rubén Darío. Sea como sea, su cuento, o leyenda, como lo llamarían probablemente los becquerianos, El monte de las ánimas, es uno de mis cuentos de terror favoritos. Y como en el caso de la mayoría de libros que vengo reseñando aquí, no puedo decir exactamente por qué.

Bueno, para contar la historia completa, estuve dedicándole un par de días a reordenar mi biblioteca (sí, al fin todo ordenado por editoriales y todo), y saqué de entre esa pila de libros que uno ya ni recuerda que tiene, una antología de cuentos de terror ("horror", en realidad, es lo que se lee en la portada). Y allí, entre algunos cuentos clásicos y otros bastante mediocres, está este cuento del que supe por primera vez de manera oral, gracias a un tío que, durante muchos años, nos contó a mi hermano y a mí toda clase de cuentos. Durante un par de semanas, pues, mi tío sacó del baúl, a petición nuestra, muchos clásicos de terror que me estoy dando el trabajo de cazar de nuevo por estos días. Ahí va la dedicatoria para mi tío, y ahora vamos con este cuento en particular...

Así como Bécquer no es un autor que me fascine particularmente, este cuento no tiene tampoco nada que lo convierta en algo espectacular. No es, definitivamente, la clase de cuento que mete un gol de media cancha, ni el que uno recuerda para toda la vida. Pero sí es un jugador de repetición, sí es el cuento que llamó mi atención tan pronto pasé sobre él mientras ordenaba absolutamente toda mi biblioteca.

El monte de las ánimas ocurre durante el Día de todos los Santos. Día en que la caza de nuestro protagonista, Alonso, termina temprano: deben alejarse del Monte de las Ánimas antes que anochezca. Su prima, Beatriz, quien viene desde Francia, no comprende por qué, pero Alonso le cuenta la historia de la terrible guerra que allí se libró, así como los terribles relatos que han nacido de ella: los ruidos extraños, el repicar de las campanas, el aullido de los lobos que se oyen todos venir del monte en ese día de los difuntos... Y sin embargo, quizás porque lo considera una falsa habladuría campechana, quizás por curiosidad, quizás porque es mujer y tiene que hacer honor a su género, Beatriz se las ingenia para enviar a Alonso a ese monte durante la noche en busca de un lazo que ella perdió allí, completamente solo... Y entonces el motor de la aventura ha empezado aandar por el gesto más trivial, más insustancial del mundo; que termina siendo, en manos de una mujer, el nudo maravilloso de este cuento por todos los medios recomendable.

Dos cosas vale la pena añadir: primero, que entre los muchos cuentos de terror que mi tío me contó hace muchos años, este fue el único que me dejó una noche en vela. Segundo, que en este tipo de obra, la prosa descriptiva de Bécquer y su eterna fijación con la naturaleza la dotan de un ambiente único. Así que les recomiendo conseguirlo (o imprimirlo, pues está disponible en varias páginas de internet) y llevarlo a la playa, como uno de los fundamentales para leer de noche, a la luz de una fogata.

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Recomendable: En un campamento, para asustar a las chicas y a los cobardes del grupo.

Ficha técnica:

Bécquer, Gustavo Adolfo
Rimas y leyendas - Alfaguara.
216 p. - (Serie Roja Alfaguara)






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"- Tú lo sabes porque lo habrás oído mil veces: en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud; todo el ardor hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; yo he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y sin embargo, esta noche..., esta noche, ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa a dónde.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña. arrojando chispas de mil colores:

- ¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!"

Antojos femeninos

Me pregunto, ¿qué tendrán las mujeres que tienen la capacidad de manejar el curso de las cosas sin mayor requerimiento que el capricho? Y peor aún, ¿por qué lo hacen?

¿Se trata de simple crueldad? ¿Es su naturaleza dominarnos a nosotros, machos brutos que por siglos las hemos sometido a las más variadas humillaciones? ¿Es entonces una forma de venganza? Pero al fin y al cabo una venganza requiere, para ser verdaderamente válida, el esfuerzo de capturar a una presa digna. Ellas, sin embargo, parecen no necesitar de mucho esfuerzo para colgarnos en su pared como una anécdota más qué contar. No somos ni siquiera un trofeo. Para dominarnos; para conducirnos a donde de ningún otro modo hubiéramos ido, les basta una sonrisa, una palabra clave que suena absolutamente trivial, una mirada que intriga y a la vez no dice nada.

Nostros recaemos, hacemos, desafiamos lo increíble y nos desesperamos intentando impresionarlas. Y al final los aplausos se los lleva el titiritero y la marioneta vuelve a su caja de madera.