No es raro escuchar a las mujeres quejándose de que los hombres carecen de sensibilidad, que sus intenciones son demasiado superficiales; ulteriormente, que no las entienden. Pero lo interesante del tema es que, efectivamente, los hombres no las entendemos, o al menos no en el sentido en que ellas quisieran. Y por otro lado, ellas creen que sí nos entienden y eso es también una gran mentira.
Paso una noche en la playa de Asia, en una discoteca. Mis amigos y yo intentamos sacar a varios grupos de chicas a bailar, pero siempre con el mismo resultado, en diferentes versiones: "tengo enamorado", "estoy en grupo", "después". Eventualmente una que otra acepta, algunas con mejor cara, otras con más o menos educación. Llega un momento de la noche en que algunos "no" pasan de lo descortés y empiezan a sonar como si aceptar el baile fuera una herejía, una especie de violación a un código sagrado. Al respecto, sólo se me ocurre la posibilidad de que en algún rincón remoto de esas chicas, esa proposición es una invitación a mucho más. Que uno las ha visto como algo inaccesible, algo que se desea de manera hasta hiriente. Y supongo también que se siente bien poder decir que no, con la actitud de que se es mejor que eso que te saca a bailar. Pero la verdad es que esa especie de acuerdo no escrito es esa absurda barrera invisible para que tanto ellas como nosotros nos simplifiquemos la vida. Habría que aprender que tanto las mujeres como los hombres, en determinados momentos, sólo queremos bailar.
Al fin y al cabo, lo curioso es que las mujeres en particular diseñan un patrón de señas, un lenguaje propio, pero finalmente no transmiten la manera de descifrarlo y esperan que nosotros desvivamos esfuerzos para leer esa extrañísima serie de señales crípticas. Iluso de su parte y descortés de la nuestra no intentarlo más. Es triste que vivamos resignados a ello, porque nos perjudica a ambos, pero nadie hace nada por remediarlo. Y es que toda mujer, alguna vez en la vida, ha dicho que no al chico que la sacó a bailar, aunque se muriera de ganas y lo que es peor, de aburrimiento.
Paso una noche en la playa de Asia, en una discoteca. Mis amigos y yo intentamos sacar a varios grupos de chicas a bailar, pero siempre con el mismo resultado, en diferentes versiones: "tengo enamorado", "estoy en grupo", "después". Eventualmente una que otra acepta, algunas con mejor cara, otras con más o menos educación. Llega un momento de la noche en que algunos "no" pasan de lo descortés y empiezan a sonar como si aceptar el baile fuera una herejía, una especie de violación a un código sagrado. Al respecto, sólo se me ocurre la posibilidad de que en algún rincón remoto de esas chicas, esa proposición es una invitación a mucho más. Que uno las ha visto como algo inaccesible, algo que se desea de manera hasta hiriente. Y supongo también que se siente bien poder decir que no, con la actitud de que se es mejor que eso que te saca a bailar. Pero la verdad es que esa especie de acuerdo no escrito es esa absurda barrera invisible para que tanto ellas como nosotros nos simplifiquemos la vida. Habría que aprender que tanto las mujeres como los hombres, en determinados momentos, sólo queremos bailar.
Al fin y al cabo, lo curioso es que las mujeres en particular diseñan un patrón de señas, un lenguaje propio, pero finalmente no transmiten la manera de descifrarlo y esperan que nosotros desvivamos esfuerzos para leer esa extrañísima serie de señales crípticas. Iluso de su parte y descortés de la nuestra no intentarlo más. Es triste que vivamos resignados a ello, porque nos perjudica a ambos, pero nadie hace nada por remediarlo. Y es que toda mujer, alguna vez en la vida, ha dicho que no al chico que la sacó a bailar, aunque se muriera de ganas y lo que es peor, de aburrimiento.
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