lunes, septiembre 22, 2008

Bartleby, el escribiente // Herman Melville

Hace poco alguien me dijo que el ser humano es, en realidad, el mismo armatoste gastado desde hace siglos. Como que cambian las circunstancias, cambian los escenarios y las excusas, pero que todo es lo mismo. Luego aparecieron otras seis personas que, de modos muy distintos, me dijeron más o menos lo mismo. No hay teorías originales en esta época, supongo. Pero lo que me causó gracia es que todavía hoy existe gente que está absolutamente convencida de que el ser humano es un animal instintivo que se mueve según deseos o pulsiones que nada tienen que ver con la sociedad. Que esto es solo una falsa máscara. Pues, si somos tan instintivos y primales, ¿por qué no actuamos en consecuencia? ¿Por qué nos doblegamos a una sociedad o a un comportamiento construido? Y más aún, ¿por qué el peor vicio del ser humano es entonces la indecisión, su incapacidad de realizar actos y hacerse responsable por ellos?

Eso también trae a mi mente la noción de memoria genética, según la cual las generaciones acumulan conocimiento que transmiten a la subsiguiente, de manera tal que no se cometen los mismos errores. Todo lo cual es algo así como una evolución del hombre de ese estado primal al que tantos parecen querer volver.

Creo que el determinismo o el naturalismo están bastante pasados de moda. No es gratuito que las personas que me contaron de esta teoría estuvieran obsesionados con una intelectualidad erudita (ese afán de sentirnos mejores que otro por saber algún dato oscuro) o pecaran de esa inmadurez que lleva a querer convertir toda conversación seria en una especie de competencia. Creo que me ahorro palabras si simplemente les recomiendo este libro.

Bartleby es un personaje que se parece un poco a todos los seres humanos, pero sobre todo al ser humano que parece vivir sin enterarse de que está vivo. O el fanático que defiende su causa de tal manera que pierde su capacidad de ver al mundo (la famosa ceguera que nos impide ver al otro como parte de nosotros). Bartleby es la clase de personaje que no dice nunca "sí" ni "no", sino "preferiría no hacerlo". Entonces la acción siempre recaerá en la otra persona, en cómo interprete esa respuesta. Tomar una decisión... Eso no puede ser porque somos seres primitivos, ¿verdad? (Disculpen, Bartlebys del mundo, no era la idea excluir a nadie).

Al final, asumo que hay gente que simplemente prefiere un tipo de vida decadente que una auténtica capacidad de asombro. Que la humanidad a veces peca de conformista porque es sencillísimo buscarse una buena excusa. Pero Melville sabe, como pocas personas, que incluso el personje más enervante puede provocar en nosotros algo que no es esquivo a ningún ser humano: conmovernos.

Literariamente magistral, esta pequeña novela es un tránsito de rigor para todos aquellos que queremos ver la calidad narrativa de este autor puesta en un personaje absolutamente memorable, pero también para todos los que, como su protagonista, a veces nos situamos en la posición de ser solo espectadores. De decir "preferiría no hacerlo" y no decidir si lo haremos o no y, en consecuencia, cargar con las responsabilidades que nos correspondían. Algo así como el que quiere la meta, pero no el camino.
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Recomendable: Cuando nos da miedo decidir. Para recordar que es mejor tener que decidir que no tener opción.
Se lo regalaría a: Todos aquellos que dejan pasar la vida sin tomar nada de ella, como si tuvieran miedo a ensuciarse.

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