domingo, febrero 24, 2008

La rosa // Robert Walser

Hay algo en caminar, en mirar las cosas con otros ojos, en detenerse un instante a develar los secretos de las cosas. Algo que siempre me ha apasionado y me seguirá apasionando, perderse en los detalles, en las cosas mismas, buscar la revelación de donde sólo se espera tedio. Esa capacidad de asombro no es sencilla, definitivamente tiene que ver con el arte y particularmente con una manera de mirar la vida. La vida de uno mismo. Y esa posibilidad escapa a muchos, porque para mirar el mundo con los ojos de quien descifra, primero tiene uno que mirar hacia sí mismo y no sentirse un observador ajeno, entender que la emoción, por personal y relativa que sea, puede ser el inventario del universo.

Y probablemente eso es lo que me fascina de Robert Walser. Esa mirada que no es crítica ni analítica, sino profunda, extremadamente profunda. Walser es un caminante del tiempo, posee la paciencia para detenerse a deshojar la corteza de una situación cualquiera, posee el ritmo para no cansarse de andar o de caer, y posee las palabras para describir esas emociones que de otro modo se hubieran perdido en su mundo personal. Habría que hacerle un monumento a los autores como él, quien curiosamente murió un día de navidad, lamentándose no haber logrado ser un autor totalista como Hësse. Pero lo cierto es que Walser es el escritor ícono de la literatura fragmentaria y posee, en este libro, quizás una de las recopilaciones más hermosas de la literatura universal.

Walser, quien por cierto fue el autor predilecto de Kafka, posee la curiosidad del caminante que no tiene un fin claro. Sabe que el camino está plagado de sorpresas y desvíos y extraordinarias oportunidades de descubrir. Así que se dedica a eso. A contar historias que son solo detalles. A perderse en las líneas, a involucrarse sin miedo en su propio contar. Describe su vida, pero nos describe la vida al mismo tiempo. En nadie como en este autor se cumple la consigna de que nadie puede hablar del universo sin aludir a sí mismo y viceversa.

Por eso habría que aprender como él a tener paciencia con la vida cuando la marcha es forzosa y lenta. Habría que detenerse no a encontrar la solución al problema, sino a buscar la belleza en alguno de sus matices. Habría que decidirse a pasear y no a peregrinar. Habría tal vez, como dice Walser, "una persona feliz bien puede desdeñar mucha felicidad, pues está convencida de que le saldrá al encuentro por doquier".

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Recomendable: Para leer en exteriores, para leer cuando uno viaja solo, para recordarse las pequeñas cosas.
Se lo regalaría a: Un viajero cansado.
Whisky con recomendación: Un par de obsesivos se dieron el trabajo de descifrar los minúsculos microgramas que Walser escribió durante los últimos años de su vida en caligrafía diminuta y papeles arrugados. Lo que parecía ser solo los trazos de un demente, resultaron ser una obra hermosa, publicada por Siruela en dos tomos. Tengo el primero y quiero el segundo, pero desde luego, no dejo de recomendarlos desde ya. Si pasan por una librería, échenle un ojo de todas formas, en las páginas de guarda (detrás de la tapa dura), pueden ver las fotos de los microgramas originales.

Ficha técnica:

Walser, Robert
La rosa - Siruela (Libros del tiempo)
2003
96 p.; 15x22.5
ISBN: 8478443819





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"Magnífica es la libertad espiritual del solitario, sus pensamientos se convierten al instante en figuras; para el que piensa no hay distancias. Las etapas de la vida quedan superadas. Él mismo traza las fronteras morales y habla con los vivos y con los difuntos. Aquellos cuya ausencia siento también sienten la mía; se han enterado de lo animado que estaba. No me asustan el ruido ni el silencio. Sólo hay que temer los temores. En vez de ir veinte veces al concierto, voy una sola, lo escuchado me resuena luego con fuerza por las salas del recuerdo. Ponderar las palabras, calcular su efecto, es algo que el hablador desaprende con más facilidad que el taciturno. Arroyos de plateado burbujeo se deslizan deliciosamente por la pared rocosa de la imaginación en calma. Aprecio más la vida imaginaria que la real. ¿A quién se le ocurriría censurarme por ello? Ya de joven me gustaba soñar; crecí y volvía a empequeñecerme. La existencia sube y baja como las colinas y sigue siendo importante. La vida no es más impresionante allí donde se habla de cosas importantes. Las discusiones reducen su objeto, reabsorben poco a poco las fuentes. La conversación fatiga. Pasado y presente reaniman por igual al solitario. Si me entran ganas de llorar, ¡qué mal quedaría en sociedad! Aquí lo hago a discreción. Sólo aquí me he enterado de lo bellas que son las lágrimas, de cuán bello es diluirse en el sentimiento."