lunes, enero 12, 2009

Automutilación

Cuando muere un pedazo de mí no sé qué hacer con sus restos. A veces me desdoblo en el falso interés de dejarlo donde está y ver cómo se encarga de expandir la infección a lo que queda. A veces sueño con enterrarlo y dejar que lo consuma el tiempo y los gusanos. A veces también lloro.

En mis sueños personales, donde nadie más puede entrar, ese pedazo de mí es velado como yo quisiera serlo algún día. Sin aspavientos, con música, con pocas lágrimas. De noche.

El entierro solo ocurre cuando logro perdonarme haberlo dejado morir. Atado en una balsa, con cuerdas de soga, aferrado únicamente a mi espada y el dolor inevitable de decir adiós a todo, lanzado al mar, al compás de las olas que me mecen mientras todo arde, y entonces ese pedazo de mí se consume en las lenguas delicadas y todo lo demás es humo, y aunque no logre perdonarme nunca, sé que ese pedazo ya descansa allí, durmiendo como los reyes que han tocado el piso del mar, convertidos en ceniza que los peces no se atreven a tocar, mientras yo sigo durmiendo en la cama helada y lo único que veo del fuego es la sensación de ardor cuando los ojos se me empiezan a humedecer.