viernes, junio 30, 2006

Principios de la suerte según Paul Levitz

Primer principio de la suerte: Todos los hechos están decretados y pueden ser predecidos por un sistema.
Segundo Principio de la suerte: Todos los hechos son casuales y no pueden ser predecidos por ningún sistema.
Tercer principio de la suerte: Los principios primero y segundo son ciertos.

martes, junio 27, 2006

Un axioma

Un axioma es, señores, una manera de abrir, pero también cerrar un sistema. Proponer uno significaría restringir este ensayo a un pequeño mundo de ficción donde absolutamente todo funcionaría dentro de él. Evidentemente, esto es útil en algunas circunstancias, pero en este momento, se los aseguro, completamente ineficiente. Tomemos por ejemplo, algunos axiomas euclidianos: “Cosas iguales a una misma cosa son iguales entre sí”, o “Si a cosas iguales se le agregan cosas iguales, son iguales entre sí”. Pues bien… Suena bastante lógico, de hecho, en la matemática funciona… Pero cabe preguntarse hasta qué punto una noción tan básica puede explicar sistemas más complejos, donde las variables no son únicamente lógicas. En ese caso, ¿es aplicable la idea de un axioma? La respuesta es simple y contundentemente… "Puede ser". Hace muchos años, un cierto señor llamado Sigmund Freud, escribió sobre algo que él llamó “inconsciente”. Bien, en el inconsciente las cosas pueden ser o no ser, estar y no estar, confundirse y aclararse al momento de subir a un nivel subconsciente o consciente… ¿Qué demonios pasa por la mente humana? Quizás el mayor impulso del ser humano es la voluntad. O su carencia. ¿Podemos hacer un axioma de ello? Una vez más, no… Un axioma debe ser no demostrable y cierto siempre y en este sistema de estudio no estoy dispuesto a correr ese riesgo. Pero les diré qué… Desarrollar este sistema ha tomado años y su comprensión es extremadamente compleja. Así que, a la manera bíblica, nos haré un favor y pondré la voluntad en términos lógicos. Con el sencillo fin de que podamos comprender su alcance. Helo aquí:


Todos queremos lo que no tenemos.

Yo no quiero nada.

Lo tengo todo.

lunes, junio 26, 2006

Primer epígrafe (o una nota para escribir en la servilleta bajo el vaso)

Dice Vladimir Nabokov: «Es tonto buscar una ley básica; todavía más tonto encontrarla.»

Fábula del Génesis

En el principio, aquel a quien algunos llaman Dios decidió crear el mundo. Éste era, antes de eso, caos, oscuridad, confusión; y sólo el viento de Éste a quien algunos llaman Dios existía encima de este desorden. Siete días se necesitaron para ordenar el mundo, siete días de ése al que algunos llaman Dios. Uno para separar la luz de la oscuridad; otro para separar al cielo del firmamento; otro para crear los mares y la tierra y ponerle vegetación; un cuarto día para crear la luna, las estrellas y al sol (que al fin y al cabo es también una estrella, pero para ese entonces no existía aún la astronomía, era apenas el cuarto día); un quinto día aún para las aves y los peces; y, a falta de quien se los pudiera comer, un sexto día para crear a los animales (entiéndase que el hombre está incluido en este conjunto, le pese a quien le pese). Y finalmente, un séptimo día para crear las vacaciones.

Desde entonces aquel mundo en principio ordenado empezó a moverse según la ciclicidad establecida por su orden espacial-temporal. Y, en la eterna búsqueda por su comprensión, ese animal que aquel al que algunos llaman Dios bautizó “hombre”, empezó a reconocerlo como propio, como morada y como entorno. Aquel al que algunos llaman Dios dejó entonces que el tiempo transcurriera sobre este nuevo mundo, y eso es lo que el tiempo hizo, porque nada más sabe hacer. Hasta que un día, Dios pensó que la vida del hombre era demasiado sencilla, creó a la mujer, y con ella el conflicto. Aquella fue la primera guerra. Y el hombre la perdió y fue expulsado del paraíso, pero esa es otra historia para ser contada en otra ocasión.

Así el hombre y la mujer vagaron por un lugar ajeno al que conocían, y reconocieron el nuevo mundo, en principio desordenado. Al poco tiempo se hicieron a él, inventaron el sexo y su descendencia lo habitó como la raza dominante, creando hombres que lo poblaron por doquier. Un día, alguno de esos hombres descubrió el fuego y algún otro la escritura y otro las espadas y otro el café. Así el mundo empezó a volverse como era en un inicio, y esto, a aquel al que algunos llaman Dios, no le gustó en nada y pensó en solucionarlo. Bajó entonces al mundo y advirtió que volvería. Dejó una pila de discípulos para que nadie lo olvidara, y un día alguien despertó lejos, muy lejos de ese tiempo y descubrió, al mirar por su ventana, que ya se estaba en el futuro.