jueves, septiembre 29, 2016

Mecanismos

El tiempo pasó. Pero todo lo que juramos que haríamos con él se ha vuelto contra nosotros;
pequeñas palabras de pequeños seres, corriendo
(huyendo)
de sus propias promesas, como si fuéramos algo más que nuestra maraña de buenas intenciones y sueños infantiles.
Esa parece ser nuestra única verdad:
confrontamos todo aquello que nos resulta ajeno, incomprensible, cruel
y lo olvidamos.
Olvidamos todo lo que estaba escrito antes de eso, todos los momentos
en que pudimos tomar alguna decisión o alguna medida
para no encadenarnos a un único futuro;
irremediable (desde luego), absurdo (no hay manera de evitarlo),
pero nuestro.
Nos paramos frente a nuestros errores, a nuestra culpa, a nuestro desencanto,
bravos y magníficos, como un vengador.
Pero el tiempo fluye como una cascada,
que cae y rompe justo en el punto donde quisiéramos detenernos a contemplar nuestra vida.
Y es todos los momentos y es ninguno,
solo la ansiedad eterna de aferrarnos
a algo que nos salve de ese golpe inexpugnable que en algún momento llegará
(sabemos bien que llegará)
y será el que no nos deje levantarnos más.
Y aunque duela, tendremos que admitirlo:
el tiempo no es parte de nosotros
ni es una ilusión diseñada para medir las etapas de nuestra vida;
el tiempo es una enfermedad
y no podemos vencerla ni podemos percibirla,
no podemos ni siquiera ofrecerle lo mejor de nosotros
porque ya le pertenece.