Todavía están en mí. Las palabras. Diáfanas y frágiles, como
fantasmas incorpóreos que empiezan a ser olvidados. Pero aún no se han
ido del todo. Se siguen unas a otras, en pequeños círculos perfectos,
desgastándose con cada paso, como una remembranza de que lo mismo ocurre
con mi cuerpo
(y mis canciones y mi edad y mi camino y mis amores y mi nombre).
Y
entonces solo queda un rastro. Un rastro de polvo y residuos de pasados
que jamás fueron, que se negaron a entrar en el baúl de hechos y
permanecieron eternamente intangibles. Y si sigo ese sendero, si sigo
las huellas que han dejado, me reencuentro con todas las partes de mí
que alguna vez me compusieron, pidiendo
(casi suplicando)
rescátame del olvido.
Pero yo solo conozco un camino
y solo conozco una manera.