miércoles, enero 10, 2007

El monte de las ánimas // Gustavo Adolfo Bécquer

La verdad es que Bécquer no es de mis autores favoritos. Quizás porque nunca me gustó mucho el romanticismo en general, tal vez porque no leo tanta poesía y la poca que leo no se orienta mucho hacia las Rimas de este español que, sin embargo, influenció a algunos de mis poetas favoritos, como Rubén Darío. Sea como sea, su cuento, o leyenda, como lo llamarían probablemente los becquerianos, El monte de las ánimas, es uno de mis cuentos de terror favoritos. Y como en el caso de la mayoría de libros que vengo reseñando aquí, no puedo decir exactamente por qué.

Bueno, para contar la historia completa, estuve dedicándole un par de días a reordenar mi biblioteca (sí, al fin todo ordenado por editoriales y todo), y saqué de entre esa pila de libros que uno ya ni recuerda que tiene, una antología de cuentos de terror ("horror", en realidad, es lo que se lee en la portada). Y allí, entre algunos cuentos clásicos y otros bastante mediocres, está este cuento del que supe por primera vez de manera oral, gracias a un tío que, durante muchos años, nos contó a mi hermano y a mí toda clase de cuentos. Durante un par de semanas, pues, mi tío sacó del baúl, a petición nuestra, muchos clásicos de terror que me estoy dando el trabajo de cazar de nuevo por estos días. Ahí va la dedicatoria para mi tío, y ahora vamos con este cuento en particular...

Así como Bécquer no es un autor que me fascine particularmente, este cuento no tiene tampoco nada que lo convierta en algo espectacular. No es, definitivamente, la clase de cuento que mete un gol de media cancha, ni el que uno recuerda para toda la vida. Pero sí es un jugador de repetición, sí es el cuento que llamó mi atención tan pronto pasé sobre él mientras ordenaba absolutamente toda mi biblioteca.

El monte de las ánimas ocurre durante el Día de todos los Santos. Día en que la caza de nuestro protagonista, Alonso, termina temprano: deben alejarse del Monte de las Ánimas antes que anochezca. Su prima, Beatriz, quien viene desde Francia, no comprende por qué, pero Alonso le cuenta la historia de la terrible guerra que allí se libró, así como los terribles relatos que han nacido de ella: los ruidos extraños, el repicar de las campanas, el aullido de los lobos que se oyen todos venir del monte en ese día de los difuntos... Y sin embargo, quizás porque lo considera una falsa habladuría campechana, quizás por curiosidad, quizás porque es mujer y tiene que hacer honor a su género, Beatriz se las ingenia para enviar a Alonso a ese monte durante la noche en busca de un lazo que ella perdió allí, completamente solo... Y entonces el motor de la aventura ha empezado aandar por el gesto más trivial, más insustancial del mundo; que termina siendo, en manos de una mujer, el nudo maravilloso de este cuento por todos los medios recomendable.

Dos cosas vale la pena añadir: primero, que entre los muchos cuentos de terror que mi tío me contó hace muchos años, este fue el único que me dejó una noche en vela. Segundo, que en este tipo de obra, la prosa descriptiva de Bécquer y su eterna fijación con la naturaleza la dotan de un ambiente único. Así que les recomiendo conseguirlo (o imprimirlo, pues está disponible en varias páginas de internet) y llevarlo a la playa, como uno de los fundamentales para leer de noche, a la luz de una fogata.

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Recomendable: En un campamento, para asustar a las chicas y a los cobardes del grupo.

Ficha técnica:

Bécquer, Gustavo Adolfo
Rimas y leyendas - Alfaguara.
216 p. - (Serie Roja Alfaguara)






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"- Tú lo sabes porque lo habrás oído mil veces: en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud; todo el ardor hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; yo he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y sin embargo, esta noche..., esta noche, ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa a dónde.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña. arrojando chispas de mil colores:

- ¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!"

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