jueves, agosto 30, 2007

Rayuela // Julio Cortázar

Creo que mi historia con esta novela es una historia triste. Aunque quizás decirlo así resulta un poco dramático. En fin. Fue hace ya un tiempo, tenía 15 años y estaba, lo que se dice "enamorado". Un amor sufrido, sí, lleno de padecimientos barrocos, incomprensibles, adolescentes y un millón de etcéteras que no vienen al caso. Válidos, supongo, pero también definitivamente ajenos. No en el sentido de que ya no quiera hacerme responsable de esa época (qué mezquino e inmaduro sería negar que uno sintió, vivió, recuerda), sino en el sentido de que uno cambia, crece, envejece a fuerza de golpes quiera o no. Y recuerdo muy, muy claramente que por esa época decidí saldar dos enormes deudas para con la literatura latinoamericana: Rayuela y Cien años de soledad. Sobre la segunda, ya hablaré alguna vez. Sobre Rayuela, sólo puedo decir que fue una química instantánea. Que me sentí Oliveira, que la Maga me pareció el retrato exacto del gran fantasma que era la mujer de mi vida, que por pimera vez encontraba sentido en una novela que tenía miles de alternativas posibles. No diré que se convirtió en mi novela favorita, pero sí diré que hizo rápido ascenso a mi top ten de aquella época y que me enorgullecía terriblemente cada vez que alguno de mis profesores me decía que no había terminado de leer esa novela porque le parecía terriblemente densa y qué sé yo. Y yo me sentía más trascendental, sabio y maduro que nunca. En fin, debe ser eso que se dice la fiebre de los 15, donde escuchas música con el volumen más alto, aceleras más cuando manejas, y cuando te enamoras (sea de una persona o un libro), definitivamente te enamoras con mucha más intensidad (que, por supuesto, no es lo mismo que realismo).

Años después, una noche de insomnio, me di cuenta que me la había llevado a Buenos Aires, supongo que por asociación al momento de hacer las maletas. Descubrí que recordaba poco y nada de la novela en sí, así que empecé de nuevo a leerla. Y oh decepción. Fue triste y fue un error. No sé, como que nunca más fue lo mismo. Como que mi amor fue eso: esa muchacha que a los quince años te parece la mujer de tu vida, pero que cuando la encuentras años después en una reunión se ha quedado completamente en el pasado, y tú sólo puedes pensar "pero qué demonios tenía en la cabeza". No me parece que sea una mala novela. Tampoco creo que mis gustos me hallan llevado lejos, en absoluto. Pero es como si ahora lo mejor de Rayuela es que me llevó a adquirir un gusto genuino por Cortázar, gusto que conservo hasta hoy. Y sin embargo, ya no puedo dejar de ver a Oliveira como un tipo que murió ahogado en su fantasía adolescente, a la Maga como la mujer con la que nunca estaría porque sé que se trata, justamente, de un fantasma esquivo, hecho sólo para sentir dolor, todo lo cual está muy bien, hasta que descubres que en realidad el sufrimiento es la parte fácil de la vida y lo verdaderamente duro es hacerse fuerte para darse uno mismo la oportunidad de ser feliz.

Por otro lado, me gusta saber que no he olvidado del todo. Sigue siendo un libro que me atrae por la cantidad de lecturas que ofrece, por la manera como aborda el espacio interior de sus personajes, por cómo representa una época, no solo a nivel personal. Además, la escena que transcribo más abajo me parece sencillamente hermosa, una de las descripciones que más veces debo haber releído aisladamente. Finalmente, y para ser justos con la novela, no sé si me arrepiento de esa segunda lectura. Sé por un lado, que no habrá una tercera, al menos por ahora. Pero sé también que así como hay gente que uno preferiría no haberse reencontrado para mantener un buen recuerdo, es parte de la realidad afrontar el pasado y enfrentarse al cambio que uno mismo ha elegido para su vida. Qué sé yo, ni siquiera sé si este es un post para recomendar o para comentar. Quizás algún día no sea una historia triste (alguien me dijo una vez que esos amores adolescentes te persiguen para toda tu vida) y me den ganas de no haber escrito así sobre Rayuela. Pero saben qué, este post está aquí porque cuando pensaba en una novela sobre ese sentimiento y se me vino a la mente Rayuela, pensé "pero esa novela ya no me gusta". Y entonces se me vino una segunda pregunta, no sé si más adecuada, pero definitivamente mucho más válida: "¿la recomendaría?".

Y el resto, como dicen, es historia.

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Recomendable: Para mí, cuando tienes 15 años, para que te parezca la mejor novela del mundo. Pero si te gusta Cortázar, capaz que siempre. Definitivamente, cuando crees más en la tormenta que en la calma.
Se lo regalaría a: Un par de personas que se quedaron en el pasado.

Ficha técnica:

Cortázar, Julio
Rayuela - Punto de Lectura
(Narrativa); 2001
720 p.; 11x18 cm.
ISBN: 9788466304634






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"En el pabellón de la izquierda se apagó la luz de la farmacia. Talita salió al patio, cerró con llave (se la veía muy bien a la luz del cielo estrellado y caliente) y se acercó indecisa a la fuente. Oliveira le silbó bajito, pero Talita siguió mirando el chorro de agua, y hasta acercó un dedo experimental y lo mantuvo un momento en el agua. Después cruzó el patio, pisoteando sin orden la rayuela, y desapareció debajo de la ventana de Oliveira. Todo había sido un poco como en las pinturas de Leonora Carrington, la noche con Talita y la rayuela, un entrecruzamiento de líneas ignorándose, un chorrito de agua en una fuente."

domingo, agosto 26, 2007

Fantasmagoría

No… Ha sido todo verdaderamente injusto. Fue injusto desde el momento en que te vi, fue injusto desde el momento en que me hablaste en esa calle helada que debió quedarse con los trazos del silencio que pudimos dibujar sin más. Fue injusto desde que naciste, desde que mis ojos te descubrieron entre lo acostumbrado y desde que te hiciste querer. Fue injusto desde que me sonreíste, desde que confié en ti y desde que me hiciste dejar la espada en otro lugar sólo para teñirla con mi propia sangre. Fue injusto porque yo que dudo de absolutamente todo te creí y fuiste tú la que prefirió que la palabra duda quede inferida entre nosotros, como si realmente el abismo debiera permanecer en vez de desvanecerse, como si lo único importante que rescatar de mí fueran unos minutos diarios y el resto estuviera mejor donde estaba.

Pudiste advertirme tantas cosas. Pudiste hablarme en vez de dejarlo siempre todo sobreentendido, para así hacerme sentir que me tratabas exactamente igual como a tantos otros, que no evitábamos el contacto con un mundo que nos había lastimado tanto a ambos. Pudiste haberme evitado antes y acercarte después en vez de hacerlo de manera opuesta. Pudiste haberme explicado, pudiste haber no confiado en mí desde el primer momento, pudiste no aceptar mis disculpas y pudiste dejarte ser en una frialdad hiriente que no era más que los rezagos de la ciudad a la que perteneces. Pero fuiste otra cosa, completamente otra. Tú eras la única argentina del mundo que sonreía como si no hubiera nada de qué desconfiar. Eras eso y no porque yo te hubiera convertido, sino porque en tu naturaleza se dibujaba esa sonrisa como lo único rescatable de un montón de espejos infranqueables. Y no tienes ni idea de lo mucho que me doliste. No tienes idea de cuántos años le toma a un hombre aprender a llorar en silencio. No tienes idea de lo mucho que golpea una realidad que se ha ocultado detrás de una sonrisa como la tuya y que aparece en un cuarto oscuro, como una red pegajosa de oscuridades impalpables, como un reloj que se mueve demasiado a prisa para la lentitud y demasiado sosegado para el transcurso verdadero del tiempo, como una soledad próxima, dulce y por eso más dolorosa, como el filo de una noche más en vela, añorando cada espacio, cada porción de un recuerdo que no es más que todo lo que uno conoce ve y ha visto, que no es más que el inventario perfecto de un montón de líneas que no dijeron nada nunca y que pudieron más bien permanecer en silencio como tú pudiste permanecer en silencio y evitarme una noche de confrontarme a mí y perder contra todo el universo.

viernes, agosto 17, 2007

La metamorfosis // Franz Kafka

Dura vita, sed vita. Puedo extender esa consigna a tantas situaciones diferentes... relaciones afectivas, momentos duros, emociones encontradas, sentimientos que de pronto aparecen y no sabes por qué están ahí. Y definitivamente a lo que está ocurriendo mi país en estos días. Y cuando pienso en esa consigna, pienso, claro, en mi libro favorito y pienso en él justamente porque esa es la razón por la cual siempre estará en el tope de cualquier pila de libros que tome para los momentos de emergencia. Más un día como hoy.

Los sionistas dicen que la obra de Kafka es la gran revelación del sionismo, los existencialistas dicen que más bien lo es del existencialismo, los surrealistas que del surrealismo y todos se pelean por la llave maestra que abra la "hermética" obra de este hombre que, si de algo estoy seguro, nunca se consideró perteneciente a ninguna clase de grupo. Más bien lo veo justamente como su obra: distinto, ajeno, extranjero.

La metamorfosis puede no ser mi top 1 en esa lista que ven a la izquierda, pero es definitivamente mi libro favorito y el libro que le diría a todo el mundo que debe leer al menos alguna vez en la vida. Tiene demasiados contextos, una vastedad de interpretaciones única y especial, y está dotada de una carga emocional tan fuerte que es imposible entrar en ese viaje y no terminar completamente abrumado. Y es que, ¿quién no se ha sentido una cucaracha alguna vez? La primera vez que me di cuenta lo mucho que necesitaba ese libro fue el día que no me dejaron entrar a una discoteca por mis recurrentes fachas. Luego en Argentina, el día que me discriminaron por mi pasaporte peruano, descubrí que Kafka sabía. Y luego mil veces más en situaciones distintas, desde relaciones en las que terminé siendo visto como una especie de criatura extraña, hasta momentos de mi vida en que me sentí impotente por cosas que pasaban alrededor, con todas las fuerzas y todas las ganas del mundo de hacer algo para cambiarlas, pero sabiendo que, algunas veces, la resignación consiste en aceptar la realidad y descubrir que frente a ella no somos sino un insecto.

Quizás ésa es la circunstancia que me lleva a reseñar esta obra ahora y no antes, y no después. Un terremoto que ha devastado a mi país, en más de un sentido. Veo las imágenes de la ciudad de Pisco, una ciudad que visité tantas veces y es como ver una mentira, como una fábula que alguien se inventó para jugarnos una broma cruel, para buscar en nosotros sensaciones y sobrecogimientos que no pensamos podían existir. Cadáveres en la plaza de armas, gente buscando entre ellos a sus familiares, algunos que los encuentran y no pueden hacer nada más que entregarse al dolor de haberlo perdido todo, de perder la esperanza. Y mientras veía eso no pude sino imaginarme estar en ese lugar: buscando lo que más amo, a las personas que quiero y necesito entre un valle de cuerpos, como un vagabundo busca comida en la basura. Y sin derecho además a preguntarse por qué. Como en esta novela (al diablo con los debates literarios sobre si es o no una novela), en la que no cabe preguntarse qué ha generado esa metamorfosis. En la que la primera metamorfosis se da al despertar, pero la segunda se da en la muerte.

Y entonces es que me doy cuenta que despertar y encontrar la realidad que conocemos es algo que deberíamos valorar con cada fibra del alma. Ahora sé que esa metamorfosis significa despertarte un día convertido en algo totalmente diferente: despertar y haber perdido todo lo que conocías, ver que todo alrededor cambia, ha cambiado; y que el porqué pase a un segundo plano porque ni podías preverlo ni puedes explicarlo y ya ni siquiera pensar en controlarlo. Porque para la mayoría de personas, vivir es natural, es el resultado lógico de todas las cosas que hacen en su día a día, en la vida cotidiana. Pero para esa gente, ahora la vida es un milagro, algo raro, algo que se les ha dado aunque se les haya quitado todo lo demás. Ahora ellos también despiertan cada mañana y descubren que están en una especie de mundo surreal, y ya ni siquiera les alcanza el aliento para preguntarse cómo o por qué a ellos, y de pronto toda la existencia se resume a asimilar tu nueva forma o simple y llanamente no sobrevivir. Esa sensación, ese sentirse ajeno en el cuerpo propio, ese haber visto a la muerte a la cara es, en su forma más sencilla, la metamorfosis de todo nuestro mundo.

No diré más porque ni el libro ni la situación requieren palabras. Sólo que de eso se trata este proyecto, de decir desde la perspectiva en que se siente la literatura no sólo como un escape al mundo, sino como un reflejo de él. A los que están aquí, no debería tener ni que decirles. A quienes leen de fuera, no puedo terminar de explicar la sensación. Pero Kafka sí pudo. Por eso, y porque toda persona debería tener ese salvavidas a mano en su biblioteca, para cualquier circunstancia que lo requiera, dejo este mensaje aquí, antes de entregarme a la acción concreta de ayudar a quienes lo necesitan.

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Recomendable: Cuando uno es un insecto. Cuando uno se despierta convertido en algo que no era. Cuando la resignación es la única vía para nuestra siguiente metamorfosis.
Se lo regalaría a: Cada estantería de cada casa del mundo.

Ficha técnica:

Kafka, Fanz
La metamorfosis - Alianza Editorial
(Biblioteca Autor); 1998
136 p.; 11x18 cm.
ISBN: 9788420633510




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"Gregor pasaba las noches y los días casi sin dormir. A veces pensaba que al abrirse la puerta volvería a asumir los asuntos de la familia, como antes. Últimamente, después de mucho tiempo, aparecían en sus pensamientos el jefe, el apoderado, los compañeros y los aprendices, el criado tan lerdo, dos de sus amigos de otros negocios, una camarera de un hotel de la provincia; también un recuerdo fugaz y querido: la cajera de una sombrerería a la que había pretendido seriamente pero con demasiada lentitud; todos aparecían mezclados con extraños o con gente ya olvidada, pero en vez de ayudarle a él y a su familia, todos se mostraban inaccesibles, así que se alegraba cuando desaparecían. Después, ya no estaba de humor para preocuparse de la familia, sólo le invadía la furia por la pésima atención que recibía, y aunque no tenía una clara idea de los alimentos que apetecía, hacía planes, sin embargo, para llegar hasta la despensa y allí coger, aunque no tuviera hambre, todo lo que le correspondía por derecho."

martes, agosto 14, 2007

Dura vita, sed vita

Dura vita, sed vita. La vida es dura, pero es la vida. Creo que esa ha sido mi consigna por mucho tiempo. Tanto me lo he repetido, que aunque no lo crea como una verdad universal, ha sido mi frase de soporte para todos los momentos en que me he sentido verdaderamente aplastado. Y sin embargo, es una lección difícil de aprender. Justo cuando creo que he llegado a asimilarla como una lección de vida, algo pasa; quizás una tormenta, quizás un tropiezo, pero de nuevo estoy en el piso y de nuevo echo mano a la misma consigna inquebrantable. Dura vita, sed vita. Cuántas verdades se encierran en una sola.

El verdadero significado de esa frase es terrible, quizás desalentador. Significa que fuera de nuestros ideales, fuera de los sueños y las fantasías, la vida es difícil, o hasta cruel. Y que eso es algo que nunca podremos cambiar. Significa que uno no siempre obtendrá lo que quiere, y ni siquiera lo que se merece. Quizás algunas veces, cuando uno es suficientemente fuerte, obtiene lo que va a buscar. En todo caso el significado va muchísimo más allá, porque implica también que hay cosas que nunca controlaremos. Que la voluntad humana, por poderosa y útil que sea, no es inquebrantable. Que la vida la derrotará y más de una vez. Pero de nuevo, es la vida. Y no tenemos más opción que aceptarla o renunciar a ella.

Pero lo interesante es que esa misma frase puede seguirse deshilvanando hasta sus fibras más ínfimas. Y entonces es que descubro que eso que uno llama “la vida” es en realidad una forma de nombrar de una vez millones de sensaciones, sentimientos, hechos, encuentros y eventos que le van ocurriendo a uno a lo largo del tiempo. Y allí asoma mi primer atisbo de entendimiento. Y es que recuerdo entonces que tampoco podemos controlar lo que sentimos. Que a veces, cuando uno quiere algo con locura y lo ve lejano, esquivo, pues simplemente tiende a querer olvidarlo, a renunciar, o a seguir en la búsqueda pero sintiendo culpa, sintiendo que uno lo hace por masoquismo. Pero nada de eso. Porque querer algo es uno de esos sentimientos que uno no puede controlar tampoco. Uno puede hacer lo posible por olvidarlo, claro, pero si no se consigue, habrá que aceptar que escapa a nuestro poder, que el control es una ilusión, que habrá que vivir con eso y esperar a que se desvanezca por otras circunstancias, o quizás, en algunos casos, el milagro se nos dé y consigamos lo que queríamos en primer lugar.

Dura vita, sed vita. Maravillosa frase porque con toda la carga desgarradora y fatalista que trae, tiene también un lado hermoso y absolutamente inspirador, cosa que vale mucho más que esas frases huecas y optimistas que nos vende el mundo en su afán hipócrita de hacernos creer que todo es color de rosa. No. Cuando la verdad es dura pero trae esperanza, es una sensación mil veces más suprema que la falsa felicidad armada sobre cimientos débiles. Y es que ese lado positivo es la gran razón para seguir viviendo: es la libertad. La libertad de saber que sin control podemos rendirnos al hermoso torbellino del caos, sentir sin culpa, disfrutar de las emociones aunque sean pasajeras y aunque no siempre nos lleven al destino que queríamos.

No hay que pasar nunca por alto lo importante de esa libertad. Nunca. Tiene todo el valor del mundo, porque significa que no necesitamos olvidar todo lo que nos hace daño, y que no tenemos que obligarnos a ello. Que el olvido debería ser un proceso de cura, no una automutilación. Que podemos y debemos vivir la vida dispuestos a caer y a ensuciarnos y a lastimarnos de vez en cuando; y no como aquél que abandona el campo de batalla de puntillas, en secreto, como un cobarde de aquellos que le tienen miedo no solo a la muerte, sino también a la idea de vencerla simplemente porque no saben lo que vendrá después.

sábado, agosto 11, 2007

Una princesa en Berlín // Arthur R.G. Solmssen

Breve dedicatoria

Creo que la cantidad de veces en el día en que recuerdo la escena de algún libro es bastante alta. Pero la cantidad de veces que me he sentido exactamente como un personaje no son tantas. La cantidad de veces que he leído una escena para descubrir que estaba leyendo mi propia vida sin duda alguna... No. Eso definitivamente ha ocurrido sólo con libros muy especiales, pocos y en momentos muy particulares también. Quizás por eso me costó tanto sentarme a escribir sobre este libro. Podría ser menos trágico al respecto, supongo. Pero es que extraño todas esas cosas. Todo ese tiempo que pasamos juntos.

Sobre cómo conocí a la princesa y por qué hay que hablar de ella

No me acuerdo exactamente cómo llegó a mi lista de pendientes. Pero recuerdo que me lo trajo una amiga de España de una lista larga que le pedí, como para que elija un par. Justo trajo este que la verdad no tenía mucha idea de por qué me animé a pedírselo. Lo agarré una tarde en la casa de mi entonces pareja, asumo que después de algún pleito o algo semejante, lo cual no era nada raro en esa época. Y luego recuerdo haberlo leído en mi facultad de Lima, mientras almorzaba y esperaba (con poquísimas ganas) las clases de matemática. Creo que hasta llegué a faltar a un par para poder seguir leyendo. Luego recuerdo haberlo olvidado en una clase por estar leyendo en vez de prestar atención. Llegué a mi casa, me di cuenta que faltaba el libro y llamé a una amiga a ver si me lo rescataba. No sé cómo, pero el libro seguía ahí. Y lo terminé ese mismo día.

Desde entonces lo he vuelto a leer dos veces. Una mientras vivía en Buenos Aires. La otra hace una semana, mientras viajaba de regreso a Lima. Me demoré en terminar esta segunda leída por cosas del trabajo y porque era una especie de lectura simbólica, en realidad tengo una pila de libros que me acaban de regalar que estoy devorándome y de los cuales seguro comentaré. Pero además de eso, no me animaba a postear. Mejor dicho, me moría de ganas hace tiempo de hablar de este libro. Dije "el día que me regrese de Buenos Aires es el día". Lo fue. Pero al final pasó lo que tenía que pasar: tuve que cerciorarme de que no era un final en absoluto. Y ahora sé que no lo es. Entonces puedo, ahora sí, sentarme desde la calma de ya no sentirme un personaje y hablar de ello. No es que no quisiera compartir lo otro. Es que creo que cuando ocurre, nadie, absolutamente nadie más puede terminar de penetrar en ese sentimiento. Y escribir sabiendo que no se podrá conmover, no es nada más que una forma refinada de masoquismo.

Algo así como una reseña

Léanlo. Creo que cuando uno no tiene que decir absolutamente nada sobre un libro más que eso, es porque realmente estamos ante una obra espléndida. Ésta lo es. En primer lugar, es estructuralmente perfecta. Técnicamente es más que genial. Y dudo que haya alguien que no se conmueva con él.

Una princesa en Berlín es la historia de un artista estadounidense que decide viajar a la Alemania de la década del 20. La primera guerra mundial acaba de concluir, Alemania está devastada y la hiperinflación le da a Peter Ellis, el protagonista, la posibilidad de vivir holgadamente e ir descubriendo la verdadera identidad de esa ciudad de doble filo. Así Ellis irá descubriendo en Berlín un lugar propio, tanto para su arte como para él mismo, personas que lo cambiarán y lo harán sentir, quizás, que algunas ciudades tienen un alma propia que nos posee, que sencillamente nos hacen parte de ellas. Pero al mismo tiempo, no podrá ser ajeno a los cambios que se producen alrededor de él, y pronto la Alemania que empieza a convertirse en eso que se dice hogar, terminará por envolverlo a él y al resto de personajes en una marejada política y social de la que nadie saldrá ileso.

Y un breve por qué

Porque en el avión, mientras miraba por la ventana (esa persona sabe que pensaba en ella) me di cuenta que entendía perfectamente a ese personaje, que la escena final es exactamente una escena de mi vida. Porque no existen las coincidencias y yo también le tengo miedo a los sueños de amital. Pero sobre todas las cosas, porque es una novela que nadie debería dejar de leer. Creo que una gran novela dice mucho, pero una extraordinaria novela te hace sentir que no todo está dicho. Y pues, quizás este sea uno de esos casos raros. Por lo pronto, ya sé que no soy como Peter Ellis y eso me reconforta. Pero no me he olvidado lo que se siente haberme sentido uno con ese personaje, haberme sentido parte de una novela que es mi vida y a la vez no. Demasiado personal para una recomendación tan categórica, dirán muchos. Pero bueno, nunca he sido bueno recomendando si no es desde mí mismo. Capaz algún día tenga la suerte de despertar y ser otro. Por ahora, estoy contento así. Y con suerte, alguno de ustedes encontrará algo parecido. Salud por eso, y si no, ya será con otro libro. Todavía hay muchos más de los que podemos conversar.

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Recomendable: Siempre. Todo momento, todo lugar. En un avión, la escena final simplemente se convierte en un momento que deja huella.
Se lo regalaría a: Todas las personas que conozco. Pero a una en especial. Sabe quién es, o al menos eso espero. Y para que no le quepa duda, le puedo decir simplemente esto: mira.
¿Whisky con desazón?: Es que conozco tres novelas de este autor. Una mediocre, la otra regular, esta extraordinaria. No creo que importe mucho, pero vale el dato para los interesados.

Ficha técnica:

Solmssen, Arthur R.G.
Una princesa en Berlín - Tusquets
(Andanzas); 1994
408 p.; 13x20 cm.
ISBN: 9788472237391







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"La orquesta volvía a tocar.

Hay un largo sendero serpenteante
en mis sueños de amital...

Qué extraña canción, pensé. Ya no pensaba con claridad, lo cual era mi propósito, y tampoco me mantenía firme sobre los pies.

[...]

Dejamos atrás el faro de Brunsbütell y entramos en el ancho estuario del Elba. La banda en la cubierta enmudeció; todos, pasajeros y músicos, tenían que descansar antes del desenfreno del Slyvesterabend.

"Warun denn weinen, había escrito ella, wenn man auseinandergeht, Wenn and er nächsten. Ecke schon ein Andrer steht?"

"¿Por qué llorar? ¿Por qué no? No hay nadie en la próxima esquina, nadie a quien quiera tanto... y nunca lo habrá... entonces, ¿por qué no llorar?

Sin dirección, sin fecha, sin firma."

domingo, agosto 05, 2007

Ya en casa

Uno llega a deshacerse de su pasado por capricho, pero retomarlo, eso ya es cuestión de estupidez. Uno puede pretender no estar más cuando el tiempo lo devora, uno puede culparse o analizar situaciones que pudieron ser cambiadas pero sencillamente permanecieron como están, por cobardía, falta de tiempo o falta de algo irreconocible ya, pues el recorrido de lo que jamás pasó siempre conduce al misterio de una interrogante. Ese día, sus ojos cerrados. Ellos han sido mi interrogante por demasiado y ya tan poco tiempo. Ella, una especie de juez terrible que ha acosado mi conciencia, mi vida, mis sentimientos y hasta mis sueños en una ciudad lejana y terrible, a donde quiero llevarla y que ella ni siquiera conoce. Injusto referirme a ello como algo separado del hoy, como una simple consecuencia de un pasado que prefiero no mirar. Injusto porque vamos, yo sé que la culpa sigue siendo mía, aunque algunas veces sea más fácil sonreír y pretender que no hay culpables, que seré yo mismo pronto. Pero no sé si eso es cierto. Sé sólo que la quiero y que quererla es bastante difícil de por sí. Y saberla con alguien que no tendrá seguro los mismos recuerdos que yo, me hace la vida imposible y las noches más solas. Si mis intenciones son lo que son, me da igual ahora. Quererla ha sido algo así como mi última esperanza de sobrevivir a aquello a lo que uno no puede sobrevivir por más que se aferre a la vida con los dientes, por más que se arañen las faldas de cualquier ladera para evitar una caída que conlleva algo hasta peor que la muerte: la caída. Entonces sí que todo esto se me vuelve una especie de mezcla ácida en la garganta, entre ese recuerdo de sus ojos cerrados y mis ganas terribles de besarlos y despertarla para poder despertar también. Pero si sólo fuera eso lo haría. El problema es que quiero despertar a su costado.

Cuando uno juega a algo peligroso, la única manera de asegurar una victoria es no tener nada que perder. Pero al perder algo, uno se vuelve débil, uno se vuelve Aquiles y su talón al mismo tiempo, uno expone el cuerpo, la vida, la existencia y hasta esa esperanza que es lo que lo mantiene a uno a flote. El resto, por supuesto, es simple consecuencia de lo que ocurra o no ocurra luego. Y si yo la pierdo a ella, habré perdido también. Con mi pasado, con ella, conmigo, con el tipo que la tenga; pero de nuevo y sobretodo conmigo, con la ciudad plateada, con la gris, con mis soledades y mis memorias de humo, con estos días que se me hacen puñales en cualquier reloj que vea, con sus ojos cerrados ese día hace ya tanto y tan poco tiempo.