Ya no reconozco nada. Ni mi identidad ni la de las personas que creía conocer. ¿Pero acaso no fue siempre así?
En algún momento, no estoy seguro de por qué, me di cuenta de que no tenía nada más que decir. O quizás eso es mentira. Como casi todo lo que suelo decirme. Quizás tenía demasiado por decir todavía y ese fue justamente el problema. Ahora, cuando veo entre mis cuadernos, entre mis fotos, entre los pedazos de mi vida anterior, veo a otro. A alguien que de ninguna manera podría ser yo. Puede que no sepa quién soy después de tanto tiempo. Pero estoy seguro de quién no soy. No. Eso también es mentira. No estoy seguro de nada. No puedo estar seguro de nada.
Soy la misma persona que sobrevivió a todo lo que en su momento me pareció irremontable. Soy el tipo que sigue diciéndose que solo importa lo que hay entre un punto y otro. Sigo tomando whisky. Sigo hablándole a mi perro. Sigo mintiendo todo el tiempo porque es la única manera que conozco de ser honesto conmigo. Sigo escuchando música. Sigo escribiendo, aunque menos. Sigo leyendo, pero cada vez me cuesta más sorpenderme.
Y sigo aquí. Aunque tantos otros hayan pasado de largo. Aunque ya no recuerde por qué empecé a hacer esto en primer lugar. Aunque esté cansado de tantas cosas, aunque ya no esté seguro de cómo darle voz a este otro en el que me he convertido, aunque nadie escuche. ¿No es seguir aquí un milagro en sí? Porque todo lo que ya no está lo he dejado ir, sin aferrarme a los fantasmas, sin miramientos ni sentimentalismos.
Y cuando lo pienso bien, quizás soy otro, quizás siempre fui una versión distinta de mí. Quizás en esa perpetua capacidad de reconstruirme, de recrearme, se esconde el verdadero secreto de mi identidad. ¿Es algo que he descubierto? Probablemente lo olvide de nuevo, como he olvidado tantas cosas. Pero sigo aquí, me digo de nuevo. Y he vuelto a este lugar. Que quizás, después de todo, siempre fue mi lugar. Un refugio que construí para no tener que ser ninguno de los muchos que conviven en mí, un espacio del que ni siquiera yo mismo pudiera renegar cuando todo lo hecho me pareciera poco.
Encontraré las telarañas, los rastros del abandono, los fantasmas de los viejos habitantes. Pero no importa. Son todos bienvenidos. Porque no soy ninguna de esas cosas. Soy el punto donde convergen. Y soy, en mi propia forma imperfecta de encarnarlo, el lugar donde ninguna quiso permanecer.
2 comentarios:
Somos como cebollas: la vida y el vivir nos arrancan, una tras otra, las capas (máscaras y mentiras) que nos envuelven hasta dejarnos desnudos frente a nosotros mismos.
Es entonces que ha llegado la hora de morir.
Un saludo.
María
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