
(Cerca del cielo)
No creo que haya mejor libro sobre la niñez que este. No solo porque Carroll es un autor extraordinario en el sentido en el que un hombre obsesionado con la niñez (o con una niña, pero no vamos a criticar aquí esas conductas extrañas de nuestros autores favoritos), puede escribir un libro y acercarse a ese mundo. Lo que más me fascina de este libro es la frescura que posee. Como si realmente fuera un gran sueño. Esa lógica surrealista, onírica y completamente adelantada a su tiempo es, quizás, lo más cercano al mundo de fantasía complejísimo que supone saberse un niño. Y lo que más me gusta es cómo puede variar nuestra lectura según la perspectiva. No del modo "juego de espejos" que vemos en la secuela de esta novela, sino en el sentido más específico de la palabra, según el cual cada hecho, palabra o escena escrita puede cobrar un valor inusitado y completamente nuevo según el lector decida incorporarse a la narración.
No creo que haya muchos libros que te permitan elegir una perspectiva tan rica en texturas, variedades y lecturas. Posiblemente el gran valor de este libro es ser el precursor de esta lógica del sueño en la cual todo puede darse, pero que tiene que ser contada de manera magistral, para que podamos sumergirnos como lectores desprevenidos en las locuras de un hombre que, valgan verdades, tenía que creer en esa demencia para podérnosla contar.
Personalmente, este libro significa diversas lecturas en diferentes contextos. Hoy en día, creo que es mi libro bandera en lo que se refiere a la búsqueda de una simpleza personal perdida. No tanto por la búsqueda de Alicia en sí (ese intento por volver al mundo real mientras se está en el País de las Maravillas), sino por la búsqueda del autor de encontrar un laberinto del cual no haya escapatoria. Sin embargo, la irrupción final de un golpe de realismo tiene, por fuerza, que dejarnos entender que el tiempo no culmina nunca y que también Alicia algún día crecerá, olvidará el sueño, dejará de ser la mujer que Carroll ama y admira solo por su condición de niña, de amor prohibido.
Solo que yo no soy más un niño y eso quiere decir que ninguno de esos personajes se aparecería en mis sueños a hacerme soñar con que el mundo puede o debe ser así. Quizás esa es la única esperanza que nos queda al crecer: que un día, en algún sueño, un agujero de conejo nos lleve al lugar donde perdemos el control y podemos sabernos nuevamente lo suficientemente puros, lo suficientemente auténticos para solo seguir el camino en busca de un conejo blanco. Y que ese lugar no sea el abismo de la locura, sino el piso franco e incomprendido de la cordura que este mundo, en su incesante velocidad, todavía no ha aprendido a reconocer.
Se lo regalaría a: Si tuviera un hijo, a ella o a él. Como no lo tengo, probablemente a Billy Corgan o a nuestro querido parvulito.
Personalidad: Un pedófilo psicópata que fue acusado de ser Jack el Destripador (pero que, insisto, no deja de ser uno de nuestros favoritos).
No creo que haya mejor libro sobre la niñez que este. No solo porque Carroll es un autor extraordinario en el sentido en el que un hombre obsesionado con la niñez (o con una niña, pero no vamos a criticar aquí esas conductas extrañas de nuestros autores favoritos), puede escribir un libro y acercarse a ese mundo. Lo que más me fascina de este libro es la frescura que posee. Como si realmente fuera un gran sueño. Esa lógica surrealista, onírica y completamente adelantada a su tiempo es, quizás, lo más cercano al mundo de fantasía complejísimo que supone saberse un niño. Y lo que más me gusta es cómo puede variar nuestra lectura según la perspectiva. No del modo "juego de espejos" que vemos en la secuela de esta novela, sino en el sentido más específico de la palabra, según el cual cada hecho, palabra o escena escrita puede cobrar un valor inusitado y completamente nuevo según el lector decida incorporarse a la narración.
No creo que haya muchos libros que te permitan elegir una perspectiva tan rica en texturas, variedades y lecturas. Posiblemente el gran valor de este libro es ser el precursor de esta lógica del sueño en la cual todo puede darse, pero que tiene que ser contada de manera magistral, para que podamos sumergirnos como lectores desprevenidos en las locuras de un hombre que, valgan verdades, tenía que creer en esa demencia para podérnosla contar.
Personalmente, este libro significa diversas lecturas en diferentes contextos. Hoy en día, creo que es mi libro bandera en lo que se refiere a la búsqueda de una simpleza personal perdida. No tanto por la búsqueda de Alicia en sí (ese intento por volver al mundo real mientras se está en el País de las Maravillas), sino por la búsqueda del autor de encontrar un laberinto del cual no haya escapatoria. Sin embargo, la irrupción final de un golpe de realismo tiene, por fuerza, que dejarnos entender que el tiempo no culmina nunca y que también Alicia algún día crecerá, olvidará el sueño, dejará de ser la mujer que Carroll ama y admira solo por su condición de niña, de amor prohibido.
Solo que yo no soy más un niño y eso quiere decir que ninguno de esos personajes se aparecería en mis sueños a hacerme soñar con que el mundo puede o debe ser así. Quizás esa es la única esperanza que nos queda al crecer: que un día, en algún sueño, un agujero de conejo nos lleve al lugar donde perdemos el control y podemos sabernos nuevamente lo suficientemente puros, lo suficientemente auténticos para solo seguir el camino en busca de un conejo blanco. Y que ese lugar no sea el abismo de la locura, sino el piso franco e incomprendido de la cordura que este mundo, en su incesante velocidad, todavía no ha aprendido a reconocer.
Se lo regalaría a: Si tuviera un hijo, a ella o a él. Como no lo tengo, probablemente a Billy Corgan o a nuestro querido parvulito.
Personalidad: Un pedófilo psicópata que fue acusado de ser Jack el Destripador (pero que, insisto, no deja de ser uno de nuestros favoritos).