Hoy se cumple una semana desde mi pequeño paseo a Mar del Plata. El sábado pasado estaba sentado frente a la computadora, en uno de esos momentos en que simplemente estás hastiado de todo, que necesitas sentir que alguna visión te da paz. Y lo único que tenía eran ganas de ir a ver el mar. Así que eso hice. Le pregunté a una amiga dónde había mar cerca, me dijo "Mar del Plata". Era todavía de madrugada, pero la verdad no me importó. Agarré mi mochila, metí adentro la cámara, un cuaderno, unos lapiceros y un libro; escogí una casaca abrigadora y me fui con lo que tenía puesto a la estación de buses de Retiro. Ahí tomé la primera línea que encontré a la vista, compré mi boleto y me embarqué a eso de las 7 de la mañana rumbo a una ciudad que nunca había visto en mi vida, sin itinerario alguno más que ver el mar.
Nada de eso fue planeado. Creo que no pensé nada bien, salvo una cosa: ese libro que llevé. No sabía qué se debe llevar a un viaje así, pero no sé por qué La casa de cartón me hizo un guiño y acerté a tomarlo. Pues déjenme contarles una cosa: desde que volví de Mar del Plata (lo cual ocurrió apenas 24 horas después de iniciado el viaje), muchísimas cosas han cambiado en mi vida, en solamente una semana. Y desde luego, tiene que ver con mil cosas que venían pasando desde antes de ese pequeño arrebato de impulsividad. Pero lo cierto es que ahora para mí siempre tendrá que ver con ese pequeño momento en que me detuve a pensar y decidí tomar el libro correcto.
La primera vez que leí La casa de cartón, me fascinó, pero no lo entendí. O al menos lo entendí de una manera distinta a como lo entiendo hoy. La segunda vez lo entendí, pero me faltó sentirlo. Y esta fue la tercera vez y fue perfecto. Quizás porque antes de leer este libro, hay que haber aprendido a leer el mar. Y si bien es cierto es algo que he hecho toda mi vida, jamás nadie que no lo haya intentado podrá entender por qué un viaje improvisado de 5 horas en bus vale la pena sólo por lograr redescubrir un libro que merecía a todas luces ser encontrado. Pero tiene que ver con que, al leer frente a una playa después de tantos meses, con una necesidad tan urgente que no te deja dormir, no te deja ni siquiera respirar; al hacer uno una locura para anclar en un libro como este, uno termina por leer la verdadera historia del mar y encontrar en ella su propia vida.
Este libro es exactamente eso. Es como pararse a ver el mar, pero porque lo necesitamos. Es como estar tan lleno de todo, que tu vista sólo podría tolerar ver el infinito, ver algo que la libere, ver un abismo que parece no terminar nunca. Y en este mundo, sólo el mar es eso. Este libro es un conjunto de olas, cada una alzándose a su tiempo, a su manera, a su altura. Algunas desaparecen tan rápido como aparecieron, otras son sólo tumbos. Pero otras se alzan imponentes, arrastran la corriente y cubren con su espuma el sol, se convierten en la pleamar de una mañana maravillosa, borran las huellas que quedaban en la orilla. Y hay que leerlo así, como quien mira algo que sabe que se va desgastando, no hay que tratar de mirar la totalidad. Hay que mirar cada movimiento, cada onda que se va formando, cada rezago de algo que nos recuerda a nuestra propia vida. Hay que dejar que el mar cante con su propia música y hay que dejarse llevar por las notas. Nada más.
Podría añadir aquello de que es uno de los relatos fundadores del modernismo literario en el Perú, podría decirse también sobre el estilo, y sobre la obra en sí de Martín Adán, claro. Pero la verdad, me parece que eso ya lo han dicho muchos. Y prefiero decir que aunque dudo que vuelva a tener un arrebato nostálgico por el mar pronto, todavía tengo La casa de cartón en mi mochila. Por si acaso.
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Ficha técnica:
Martín Adán
La casa de cartón - Peisa; 1997
109 p.; 14x21 cm. (Biblioteca Peruana)
ISBN: 997240015X
Recomendable: En el verano, de todas maneras. En el invierno, frente al mar. Cuando necesitas sacar cosas de tu cabeza en vez de meter más. Cuando quieres ver el mar y no lo tienes cerca.
Se lo regalaría a: Lb. Supongo que le regalaría mil otros libros, pero no podría dejar de regalarle este. Sencillamente porque no se demoraría tanto como yo en entenderlo. Y seguro hasta entendería lo que le trato de decir con él.
Se lo regalaría a: Lb. Supongo que le regalaría mil otros libros, pero no podría dejar de regalarle este. Sencillamente porque no se demoraría tanto como yo en entenderlo. Y seguro hasta entendería lo que le trato de decir con él.
Ficha técnica:
Martín Adán
La casa de cartón - Peisa; 1997
109 p.; 14x21 cm. (Biblioteca Peruana)
ISBN: 997240015X
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"Malecón, el último de Barranco yendo a Chorrillos, zigzagueante, marina en relieve tallada a cuchillo, juguete de marinero, tan diferente del malecón de Chorrillos, demasiada luz, horizonte excesivo, cielo obeso en cura de mar. Malecón de Chorrillos, superpanorama, con una cuarta dimensión, de soledad... Y todo el mar varía con los malecones -en éste, viaje de transatlántico; en ése, ruta de Asia; en aquél, la primera enamorada-. Y el mar es un río de Salgari, o una orilla de Loti, o un barco fantástico de Verne, y nunca es el mar glauco, de zonas lívidas, incoloras, con hilos de patillos, pleno de costas mínimas y lejanías flacas. El mar es un alma que tuvimos, que no sabemos dónde está, que apenas recordamos nuestra -un alma que siempre es otra en cada uno de los malecones-. Y el mar nunca es el mar frío y nervudo que nos apretaba, en sus lujurias estivales, la niñez y las vacaciones-. Malecón lleno de perros lobos y niñeras inglesas, mar doméstico, historia de familia, el bisabuelo capitán de fragata o filibustero del mar de las Antillas, millonario y barbudo. Malecón con jardines antiguos de rosales débiles y palmeras enanas y sucias; un fox-terrier ladra al sol; la soledad de los ranchos se asoma a las ventanas a contemplar el mediodía; un obrero sin trabajo, y luz, la luz del mar, húmeda y cálida. Malecón con cuadros de césped seco, la inquietud de la pruimera cita con la muchacha que no amábamos del todo -sobre este malecón hay un cielo diverso, que denota junto al cielo del mar-. Malecón con sólo una hora de quietud: la de las seis de la tarde, los dos cielos gemelos, uno, sin solución de continuidad, los dos con las mismas gaviotas y melancolías."
4 comentarios:
Òjala yo pudiera hacer una escapada al mar en estos momentos...pero me temo q eso no me servirìa para escapar de mì misma.
Me alegro de q tu vida haya tomado un buen rumbo Daniel.
Gema.
ese extracto me regreso de una patada a Lima
como extrana uno cuando esta lejos
porqué será... cuando he sentido que estoy llegando al final, mi necesidad de ver el mar se ha multiplicado por mil... y sé, sin ninguna duda, a dónde quiero que vayan a parar mis cenizas.
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