sábado, abril 10, 2010

Sobre empacar

Odio empacar. Lo hace todo tan real. Tan objetivo. Me parece demasiado mundano, vaciar cajones, buscar en las esquinas de un cuarto, mirar debajo de la cama y recordar de pronto los escondites caprichosos donde se perdía nuestra ropa. Algunas esquinas guardan un olor, otras alguna frase que nos dimos el lujo de esculpir con cuidado. En otras todo se me hace anónimo. Y entonces la partida ya no me resulta nostálgica, sino lejana, casi impersonal.

No quiero viajar sin llevar conmigo lo importante. Y de todo lo que llevo, es justamente eso lo que dejo. Preferiría no tomar nada, dejarlo todo aquí. Viajar liviano, libre, como sin saber exactamente a dónde voy o cómo solucionaré la ausencia de las cosas a las que me he acostumbrado demasiado.

Cuando esa sensación me asalta de golpe y de repente me doy cuenta de que del otro lado no estarás, me concentro en el vacío que queda cuando dejamos un lugar desocupado. El anonimato vuelve. Parte de ello me parece espantoso: he borrado en menos de una hora lo que tardé días en construir con mi desorden y mis ganas de repartirte por todos los espacios. Y ahora, al borde de la cama destendida, me sorprende la sensación asfixiante de la angustia. Ya es bastante malo irse. Pero empacar, ¿no es como preparar nuestra propia soga?

No hay comentarios.: