La resaca es una forma de la vida de hacerte recordar que si llegas a salir de la realidad por un par de horas, el regreso no será gratuito. El punto es que la vida no quiere que le pierdan el respeto, y el alcohol, como desinhibidor que es (actúa directamente sobre la corteza cerebral), provoca exactamente eso: que no haya necesidad de respetar a algo que de cualquier otra manera temeríamos. Pero para eso la vida tiene a la resaca: es su arma de revancha más elegante contra los que quieren pasarse de listos.
Algunas veces, cuando vamos por ahí tratando de que la vida no nos pase por encima, descubrimos que estamos enfrentándonos a algo terriblemente superior a nosotros. La analogía me viene de un partido de tennis que vi ayer, uno en el cual uno de los jugadores era claro favorito: más joven, mejor rankeado, más talentoso. Y el otro jugador lo sabía. Creo que la lección es que, justamente, eso es lo que hizo que ese jugador en inferioridad terminara jugnado uno de los mejores partidos de su carrera: que no tenía nada que perder. Jugó por encima de su nivel, exigiéndose al límite en cada golpe, arriesgando cada punto. El caso es que logró dar una de las mejores batallas que se podrían haber dado en su lugar, porque, algunas veces, cuando no hay nada que perder, sencillamente uno se puede dar el lujo de jugar agresivamente y arriesgarlo todo. Pero lo cierto es que el favorito ganó el partido. Como era de esperarse.
Bien, la lección no está cerrada y no pretendo cerrarla tampoco, porque finalmente dependerá de cada quién la conclusión que se quiera sacar. Y es que esa embriaguez debió ser hermosa, poder jugar como nunca antes se hizo. Pero la resaca seguirá sabiendo a derrota. Y nadie más que ese jugador puede saber si el balance final sabe a gloria o a polvo. Pero quizás no necesitamos preguntarle para descubrir que, así como la revancha siempre llega, la verdadera vida no consiste en salir impunes, sino en haber cometido el delito.
Algunas veces, cuando vamos por ahí tratando de que la vida no nos pase por encima, descubrimos que estamos enfrentándonos a algo terriblemente superior a nosotros. La analogía me viene de un partido de tennis que vi ayer, uno en el cual uno de los jugadores era claro favorito: más joven, mejor rankeado, más talentoso. Y el otro jugador lo sabía. Creo que la lección es que, justamente, eso es lo que hizo que ese jugador en inferioridad terminara jugnado uno de los mejores partidos de su carrera: que no tenía nada que perder. Jugó por encima de su nivel, exigiéndose al límite en cada golpe, arriesgando cada punto. El caso es que logró dar una de las mejores batallas que se podrían haber dado en su lugar, porque, algunas veces, cuando no hay nada que perder, sencillamente uno se puede dar el lujo de jugar agresivamente y arriesgarlo todo. Pero lo cierto es que el favorito ganó el partido. Como era de esperarse.
Bien, la lección no está cerrada y no pretendo cerrarla tampoco, porque finalmente dependerá de cada quién la conclusión que se quiera sacar. Y es que esa embriaguez debió ser hermosa, poder jugar como nunca antes se hizo. Pero la resaca seguirá sabiendo a derrota. Y nadie más que ese jugador puede saber si el balance final sabe a gloria o a polvo. Pero quizás no necesitamos preguntarle para descubrir que, así como la revancha siempre llega, la verdadera vida no consiste en salir impunes, sino en haber cometido el delito.
2 comentarios:
Pero por supuesto que hay castigo, sino todo sería como ir directamente al cielo.
"Pero quizás no necesitamos preguntarle para descubrir que, así como la revancha siempre llega, la verdadera vida no consiste en salir impunes, sino en haber cometido el delito."
qué cierto
"Pero la resaca seguirá sabiendo a derrota"
Más cierto aún
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