Me gustan los animales, los cementerios y las fotos. Hay en ellos una cualidad que no he encontrado nunca en nadie más, y esa es la cualidad de escuchar. Por eso quizás siempre me he decepcionado tanto de tantas personas. Mi perro nunca me ha dicho que no tiene cinco minutos para leer un párrafo que escribí con cariño. Claro que nunca lo ha leído tampoco, pero al menos hace el esfuerzo olisqueando un poco mi cuaderno y dejándose acariciar detrás de las orejas. Y nunca me ha salido con eso de que uno no debe estar triste porque se ve mal. No le importa en absoluto mientras le permitas estar contigo. Y yo se lo permito a casi todos. Si soy sincero, quizás él es el único que se lo ha ganado.
Pensando un poco en todo esto, dándome cuenta de lo terrible que es dejarse matar de a pocos por un silencio que me ha hecho olvidar cómo es mi voz, redescubro este libro, quizás uno de los más perfectos que he leído nunca. Probablemente uno de los mejores y ya. Un libro lleno de voces que nadie oiría de otro modo, un narrador que es Lobo Antunes y no es. Una voz que se pierde entre el ruido de otras. Siempre he adoptado ese paradigma para mi obra y siempre he declarado que Lobo Antunes es una de mis grandes influencias. Pues a esto se debe. A este silencio que Lobo Antunes me hace creer que puede ser vencido con un libro extraordinario como este.
Por cierto, tuve la suerte de ver a Lobo Antunes en la feria del libro de Buenos Aires hace ya unos años. Creo que es uno de los momentos más memorables que he vivido literariamente hablando. Dijo algo que no olvidaré nunca y es que los escritores tienen la facultad de dar voz a quienes no la tienen. Y esa idea me resultó cierta y terrible como una verdad que se lleva a cuestas, pero con orgullo. Hay mucho de eso, por ejemplo, en Rigor mortis. Lo cual me lleva a preguntarme si, finalmente, la voz propia se termina por extinguir en ese afán por llevar otras al renacimiento. Supongo que no lo sabré hasta que sea demasiado tarde o ya no importe más.
En cuanto a este libro, decir es decir de más. Monólogos sobre la muerte, que se entrelazan en historias personales y delirios de locura, pasión, amor o soledad, y que se hunden debajo de ese olor a muerte que parece venir no solo de la pluma del narrador, sino también de los vientos que soplan en Portugal, un mundo lleno de cigüeñas que parecen llevar malos presagios, campos donde se esconden secretos que son revelados por la mano finísima y el escalpelo implacable de Lobo Antunes. Un diálogo de alguien que nos obliga a oír aunque no estemos acostumbrados a ello.
Y entre tantas cosas, este libro me recuerda que es posible ser oído, aunque solo sea entre una línea y otra. De otro modo, escribir sería vano, me digo, y todo esto que intentas en tu vida diaria, un intento absurdo por negar el orden, el orden natural de las cosas.
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Recomendable: Cuando el mundo no te presta sus oídos y necesitas encontrarlo entre tus propias voces.
Se lo regalaría a: Un par de personas que conozco. Para que sepan la importancia de detenerse a escuchar. La diferencia que puede hacer.
Whisky triple: Este es el segundo libro de una trilogía sobre la muerte de Lobo Antunes, iniciado por Tratado de las pasiones del alma y seguido por La muerte de Carlos Gardel. Aquel ya reseñado en este blog, este también altamente recomendable.
Se lo regalaría a: Un par de personas que conozco. Para que sepan la importancia de detenerse a escuchar. La diferencia que puede hacer.
Whisky triple: Este es el segundo libro de una trilogía sobre la muerte de Lobo Antunes, iniciado por Tratado de las pasiones del alma y seguido por La muerte de Carlos Gardel. Aquel ya reseñado en este blog, este también altamente recomendable.
Ficha técnica:
Lobo Antunes, António
El orden natural de las cosas - Siruela
312 p.; 14 x 22 cm. - (Biblioteca Lobo Antunes) ISBN: 9788478444502
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2 comentarios:
"... el alma se encuentra sola en la espera de un ruido de paso que no llega nunca."
Edith Wharton
Gracias a un hijo - amigo, tuve en mis manos y leí El orden natural de las cosas.
En verdad es un placer pasear por sus páginas y disfrutar las sutilezas del lenguaje y de los sentimientos que se advierten.
...escuchar y ser escuchado... no sé qué será más difícil, Daniel.
Cariños,
Cecilia
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